Lluís Fernández

Mi gran boda india

Las películas orientales suelen comenzar con una gran boda y si la peli es hindú el argumento se diluye entre los preparativos del enlace y el Monzón, lluvias torrenciales que ponen fin a coreografías imposibles y canciones con un derroche de sensualidad «kitsch». Otro asunto es cuando Pramod Mittal, hermano de Laskhmi, uno de los hombres más ricos del mundo, escoge Barcelona para el enlace de su hija, la gordita Shristi, tan sexy como una secundaria de una peli de Bollywood, con un gafapasta indio llamado Gulraj Behl. España está de moda en la India desde que Bollywood descubrió la tomatina de Buñol. Contagiado por su explosivo color, un juerguista como Mittal ha preferido Barcelona por otro de sus referentes, la tuna, que actuó en el Hotel Arts para 500 invitados, acabando por pasar el parche el mismo Mittal, seguido de un espectáculo ecuestre andaluz junto a la fuente de Montjuic que bailaba al ritmo de «Carros de fuego». Tres días de locura, iniciados con las estatuas vivientes de Las Ramblas, que les dieron un buen susto a los invitados al ponerse todas en acción. Luego, con gran algarabía hindú, se hicieron fotos en un fotomatón. El apoteósico final ha seguido en el Salón Oval del Palacio Nacional, ahora Museo Nacional de Arte de Cataluña, decorado con ondas marinas y moqueta azul –no hay gran boda india sin tuna ni Monzón–, como si celebraran los fastos en el fondo del mar. La locura se ha desatado al aparecer el novio montado en un corcel blanco. Barcelona está viviendo con estupefacción la gran boda india de los Mittal, como si la ciudad fuera el decorado de un musical de Bollywood.