Historia

Alfonso Ussía

Mi vieja Barcelona

La Razón
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Mi primer viaje a Barcelona fue de carácter deportivo. Disputaba España una eliminatoria de Copa Davis con Yugoslavia en el Real Club de Tenis Barcelona. Acudimos casi todos los hermanos, ocho de los diez que éramos. Todo resultó maravilloso. Una ciudad abierta y los barceloneses, amabilísimos, acogedores y hospitalarios. Tan sólo una breve molestia. Manolo Santana había ganado en Wimbledon llevando en su polo blanco el escudo del Real Madrid, y el público del RCTB lo recibió con algunos silbidos. El capitán del equipo era Jaime Bartrolí, y sus jugadores Manuel Santana, José Luis Arilla, Juan Manuel Couder y Juan Gisbert. Nos alojamos en un hotel del Ensanche, propiedad del padre de Gisbert, el Hotel de París, que se desvivió por nosotros. Me enamoré de Barcelona, ciudad que por motivos profesionales y particulares habré visitado en más de un centenar de ocasiones. Los que hacíamos «La Tertulia» del programa de Luis del Olmo le concedimos al entonces presidente de La Generalidad, Jordi Pujol, el «Premio Tarugo». Principiaban los ataques al idioma común, el español, en Cataluña. Aquel Pujol no sólo aceptó de buen grado el premio negativo. Nos invitó a entregárselo en un comedor privado del Club del Liceo, inmediato al teatro que había ardido pocos meses antes. El Club del Liceo, con su soberbia pinacoteca de Ramón Casas y Carbó, el formidable pintor catalán de entresiglos. Creo recordar obras de Mir y de Cusachs en sus paredes, pero no asegurarlo. Pujol se llevó el tarugo y encima pagó – dudo que de su bolsillo–, la factura. Posteriormente visitamos el patio de butacas del gran teatro calcinado. En otra ocasión, Pujol invitó a comer en el Palacio de San Jaime, sede de la Generalidad, al entonces presidente de ABC, Guillermo Luca de Tena, a su director, Luis Maria Anson, a su directivo Mauricio Casals, al delegado de Prensa Española en Cataluña, Tomás Cuesta y a dos de los colaboradores de ABC, Antonio Mingote y el que firma este texto. Antonio Mingote y yo volamos a primera hora de la mañana, y al llegar a la Generalidad teníamos un agujero en el estómago. Hambre canina. Durante el aperitivo, que constaba de aceitunas rellenas y frutos secos, el hambre aumentó. Al fin apareció un elegante mayordomo con un plato de jamón. Se aproximó al sofá donde Pujol había depositado su antifonario, le puso el plato de jamón a su exclusivo alcance y se zampó todo el jamón. –¡Joder, que tío!–, me susurró un casi desvanecido Mingote.

He pronunciado en Barcelona decenas de conferencias, y me la he paseado en muchas ocasiones, Las Ramblas incluidas. En su tramo final, las prodigiosas Reales Atarazanas. Y sólo he experimentado dos momentos de tensión en Barcelona. En el aviario del Zoo, un ibis escarlata del Amazonas me persiguió picoteándome el muslo izquierdo. Y en el mismo Zoo, visitando a mi buen amigo Copito de Nieve, el gorila blanco capturado en la entonces Guinea Española y vecino ilustre de Barcelona, éste, enfadado por motivos que escapan a mi imaginación –era en invierno–arreó un puñetazo al cristal blindado de su habitáculo que me hizo abandonar la dependencia gorilera a toda pastilla, en unión de una familia de Sitges, con la que compartí el susto.

Más de cuatro años llevo sin visitar Barcelona, y creo que va a transcurrir más tiempo. No quiero perder mis mejores recuerdos. Ha dicho Boadella en una entrevista que no puede andar diez pasos por Barcelona sin recibir acosos o insultos. Boadella, un genio de Cataluña. Antaño, cuando respondías en español a quien te hablaba en catalán, imperaba la comprensión y la cortesía, y el catalanohablante cambiaba de idioma al momento. Parece ser que esa norma de buena educación ha desaparecido, y que el idioma común se considera un lenguaje de fascistas, franquistas e invasores.

Mis libros se han editado en Cataluña, con Planeta, Plaza y Janés y Ediciones B en su mayoría. Escribo en un periódico nacional administrado y dirigido por catalanes, que son mirados con recelo por muchos de sus antiguos amigos. Con recelo e incluso, animadversión declarada. La cosmopolita Barcelona se ha convertido en una gran ciudad gobernada por miserables y fantoches, que más que a flor de Las Ramblas huele a sudor de resentimiento. Mi vieja Barcelona, de amores y días inolvidables, se ha desmayado y alejado de su realidad, su configuración y su memoria. En la mía, Barcelona está tan presente y acogedora, tan viva e inolvidable, que no quiero nublar su recuerdo con la profunda decepción que hoy me asalta.

Prefiero iniciar el relato de mis ayeres con un primer renglón de buena nostalgia. «Yo tuve la suerte, el privilegio, de conocer y amar a una ciudad maravillosa, mi vieja Barcelona, que era»...