Cristina López Schlichting

Miedo

La Razón
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Desde los años de plomo de ETA en el País Vasco no recuerdo tanto temor en la población. En Cataluña hay pánico a «listas políticas», gente que calla y disimula, personas mayores que van a votar hoy en pueblos pequeños, sólo porque no se atreven a quedarse en casa y que las señalen. No son signos de libertad. Mi equipo de COPE se las ha visto y deseado para obtener declaraciones en antena. De cada cincuenta llamadas, sólo una obtenía fruto, nadie quiere hablar en público. El espacio común está literalmente tomado por los voluntarios de Asamblea Nacional Catalana y Omnium Cultural, los independentistas. Todo el sistema institucional, regado por el dinero público, está inoculado de nacionalistas. Gracias a la política lingüística de «normalización» se ha ido ahuyentando progresivamente a españoles de otras provincias y el sistema educativo ha ido proporcionando jóvenes formados en el espíritu nacional catalán. Esta es la razón de que, en una tierra donde la mitad de la gente es independentista –siendo muy generosos–, el 80 por 100 del profesorado lo sea. Maestros de la escuela pública, bomberos, mossos, sanitarios, son frecuentemente del nuevo régimen y, en cualquier caso, los que lo son están muy movilizados. Gracias a ello se han podido robar los datos sanitarios de los ciudadanos y utilizarlos sin su consentimiento para hacer censos. Por eso también muchos colegios han movilizado a padres y niños este fin de semana. El uso de las instituciones de manera partidista ha reducido la democracia en Cataluña a la mínima expresión, como ocurre donde progresan los pensamientos excluyentes.

Hace veinte años no supimos valorar las consecuencias de que se obligase a los comerciantes a rotular de determinada manera en contra de su voluntad. Recuerdo que muchos protestaron y no sirvió de nada. Tampoco se amparó convenientemente a los padres que denunciaban el contenido nacionalista de los libros de texto. Ahora, o eres del régimen, o te guardas mucho de expresar en público tus ideas. El Estado, en Cataluña, «ni está ni se le espera», dicen muchos interlocutores. Los «embajadores» nombrados por la consejería de Exteriores y sus familias viven estupendamente con dinero del contribuyente. Lo mismo hacen los periodistas pagados por la Generalitat o subvencionados a mansalva. Cataluña es el único lugar del mundo occidental donde los periódicos han llevado un editorial común al servicio de la ideología en el poder. ¿Cómo desalojar ahora a tanto diplomático de nuevo cuño, tanto fondo de reptiles, tanto funcionario capaz de utilizar hasta las bases de datos del usuario? El problema es de tal magnitud que se me escapa. Lo cierto es que la mitad de Cataluña está escondida estos días. Hay que ser muy loco o muy valiente para enfrentarse a hordas enfervorecidas. Las familias callan sobre el procés cuando se juntan, porque padres e hijos están enfrentados. Se han roto amistades de décadas, el nacionalista le dice al constitucionalista que no es un catalán verdadero, sino un traidor que apoya a «Madrid». Cataluña está partida.