Alfonso Ussía

Minuesa

No conozco al periodista Cake Minuesa, el valiente que se enfrentó con la palabra a los asesinos en el Matadero de Durango. Me ha sorprendido la falta de generosidad de sus compañeros de profesión. Han intentado por todos los medios obviar o pasar por alto su hazaña. Minuesa fue un valiente. Aterrorizó con su voz pausada a un centenar de forajidos. Fue expulsado del teatro-matadero, más lo segundo que lo primero en un acto como aquél.

De los defectos de los españoles se destaca la envidia. En el periodismo abunda. Envidia y sesgo, complejo de inferioridad y sectarismo. Quizá el gran pecado que ha cometido Minuesa para ser ninguneado por muchos de sus compañeros de profesión es que trabaja en el grupo Intereconomía. Nada me gusta ese grupo, ni su presidente-propietario, ni sus socios ni sus actuales responsables. Han maltratado y abandonado en la calle a centenares de periodistas y colaboradores de gran valía. Quisieron ocupar un lugar antiguo, ya clausurado, que ocupaba una derecha extrema. Mezclaron la devoción con la desinformación. Desde Alfonso Arteseros, que terminó financiando su programa en espera de que se cumplieran las promesas de monseñor, hasta Javier Quero, Itxu Díaz, Noelia Atance, Josep Pedrerol, Antonio Jiménez... Demasiado talento tirado por la borda y puesto de patitas en la calle por pretender trabajar e informar en libertad. Ariza echó mano de los «killers» y de algún sinvergüenza con los bigotes afeitados. Y hoy, el grupo Intereconomía es un barco angustiado y endeudado. Un barco que puede naufragar de un día a otro por culpa de una ambición desmedida, una planificación ruinosa, y una falta de seriedad en las obligaciones para con sus trabajadores muy complicada de creer en empresa tan devota. Pero eso no justifica el silencio que ha aplastado el coraje de Cake Minuesa, estigmatizado por pertenecer a una empresa que, con toda probabilidad, no se lo merece. El problema de Intereconomía, entre otros muchos, es que carece de la fuerza de Prisa. Los bancos son menos pacientes con unas quiebras que con otras. Nadie entiende que el gran grupo de Polanco, hoy grupillo de Cebrián, pueda sobrevivir con miles de millones de euros de deuda. De Prisa han sido expulsados centenares de sus trabajadores y colaboradores mientras se confirmaba que su máximo responsable mantenía su limitado sueldo de doce millones de euros al año. Pero en la presumible «izquierda» todo se perdona, y las presiones recomiendan enmudecer antes que lanzarle una pelota de trapo al muñeco de la caseta. Maruja Torres fue la excepción, y me alivia reconocerlo porque entre ella y el que escribe no se da ningún atisbo de afecto.

Ninguna simpatía siento por Intereconomía, derrochadora de talentos expulsados. He tenido noticias de los desdenes que mi humilde persona inspiraron en «La Gaceta» de Dávila y Alfageme. Jamás leí ese periódico, y con toda seguridad me perdí artículos y colaboraciones inteligentes. En la actualidad ignoro por dónde se mueven Dávila y Alfageme, a los que tan sólo herí en mi vida haciéndoles favores y buscándoles trabajo. Pero nunca me detuve ante una página de «La Gaceta», porque entendí que era una manera de perder el tiempo excesivamente innecesaria, que perder el tiempo, en muchas ocasiones, es tan respetable como productivo.

Pero Cake Minuesa no merece el desprecio de tantos periodistas a los que les habría encantado reaccionar como hizo el enviado especial de Intereconomía en el siniestro matadero de Durango. Cien asesinos atemorizados por las palabras sosegadas de un joven que les exigió el arrepentimiento por sus crímenes en un escenario tétrico y desolado. Fue hacia ellos, y alguno de los asesinos a punto estuvo de recular. No lo hizo porque habría caído de la banqueta produciendo la descomposición ridícula del dominó sanguinario.

Admiro el coraje de Cake Minuesa porque yo no lo he tenido, y agradezco el coraje a Cake Minuesa porque me ha representado con su palabra, como a decenas de millones de españoles.

Es más. En honor de Minuesa voy a sintonizar una noche con «Intereconomía». Y siempre tendré presente a Minuesa para apoyarlo si algún día precisa de mi nula influencia para que su futuro dependa de una empresa más hospitalaria. Como no lo conozco, me limito a darle las gracias, ofrecerle mi amistad y reiterarle mi admiración.