Paloma Pedrero

Miopes

La Razón
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Mi oftalmólogo, el maestro Carlos Cortés, en una de mis primeras visitas a su consulta, siendo aún adolescente, le dijo a mi madre que yo era una miope magna. Ella se quedó muy preocupada, a mi lo de ser magna en algo me pareció interesante. Pura ingenuidad, porque ya en aquel lejano entonces llevaba mucho sufrimiento a causa de la miopía. Me pusieron gafas con tres años de vida y en la revisión anual me aumentaban la graduación. Al final con diez añitos mis gafas eran las de «culo de botella» y mi complejo inmensísimo. En aquel lejano entonces no había cristales reducidos –ahora los hay pagándolos, los pobres que se jodan– y mis ojos enormes parecían pequeños y de pez. Pero complejos aparte, la miopía ha sido una influyente compañera de vida. Un gran o una gran miope se convierte naturalmente en un ser particular. Piensen ustedes que el noventa por ciento de la información que recibimos es a través de los ojos. Así que cuando los ojos fallan hay que desarrollar los otros sentidos, los conocidos y los misteriosos. Yo estoy convencida de que mi personalidad, incluso mi literatura, está fuertemente ligada a mi miopía. Sin embargo, y es a lo que voy, no ver bien es una auténtica canallada. No se disfrutan igual las estrellas. No tienes seguridad en los caminos. Temes la noche, los lugares extraños, y las sombras. Entraña miedo. Para colmo la miopía magna lleva aparejada problemas degenerativos de retina y de mácula. Con la edad la visión se reduce y puedes llegar a la ceguera total. Pues bien, hoy en día, con tanta mirada a través de las pantallas (móviles, tabletas, etc.) hay una epidemia de miopía, hasta el punto de que nos aseguran que en 2050 podría haber en el mundo mil millones de personas ciegas. ¿Se imaginan? Por eso hay que empezar ya a vocearlo. A prevenirlo. A curarlo. Para que la ceguera mental y el negocio no nos usurpen la luz de la mirada. La hermosura de ver.