Luis Alejandre

Morir en Mali

Alto precio el que han pagado en Kidal, norte de Mali, dos curtidos periodistas de Radio France, Ghislaine Dupont y Claude Verlon.

Realizaban un reportaje sobre el Movimiento para la Liberación de Azawad y acababan de entrevistar a uno de sus líderes, Ambery Ag Rissa, en relación a los comicios a celebrar estos días 7 y 8 de noviembre. Sus asesinos descargaron sobre ellos, simples mensajeros, todo el odio, el fanatismo y la frustración de quienes no quieren ni oír hablar de lo que podría ser una sociedad ordenada, integradora de etnias, respetuosa con el Estado de Derecho.

Francia tiene a otros siete ciudadanos secuestrados por el terrorismo islámico en Mali, Siria y Níger. Recordemos también que España tiene a otro periodista –Marc Marginedas– secuestrado en Siria desde el 4 de septiembre.

Nada nuevo. La extensión y porosidad de las fronteras de Mali hacen difícil el control de su territorio. Recordemos que limita con Argelia –Kidal está en este límite–, Mauritania, Guinea, Costa de Marfil, Burquina Faso y Níger. Y la propia identidad de su población hace difícil la cohesión en un proyecto nacional. En el norte los tuaregs han sido constante preocupación de los sucesivos gobiernos de Bamako. Pueblo que difícilmente reconoce fronteras, que en reiteradas ocasiones ha acudido a la rebelión y se desestabilizó una vez más, tras la desaparición del régimen de Gadafi en Libia.

Francia actuó con prontitud y eficacia ante la grave crisis que vivía el país. Y lo supo hacer, bien arropada jurídicamente por resoluciones urgentes del Consejo de Seguridad y por el apoyo de países de la Unión Europea –España incluida– y de la Unidad Africana. Ante los críticos que hablan de una nueva política de las cañoneras, siempre he sostenido que la rápida intervención francesa con sus aliados evitó muertes, desplazados, dolor, consternación y represalias. Entiendo que la pronta intervención en estos casos es fundamental, algo que el sistema de Naciones Unidas es incapaz de realizar. De hecho Minusma, la bautizada como «Misión Multidimensional Integrada de Estabilización» específica para Mali, fue creada por la Resolución 2100 de abril de 2013, cuatro meses después de que se desplegasen las tropas francesas en la operación «Serval». Por supuesto reconoce y «acoge con beneplácito» la misión europea EUTM que lidera Francia. Minusma comenzó su despliegue el 1 de julio recogiendo el testigo de la misión africana Afisma, con el objetivo de «coordinar el apoyo general prestado por la comunidad internacional en Mali, incluso en los ámbitos del Desarme, Desmovilización y Reintegración (DDR) y la reforma de los cuerpos de seguridad». Prevé un despliegue de hasta 11.200 soldados y 1.440 policías.

Un mes antes, en Uagadugú (Burkina Faso), se había acordado que este proceso sería objeto de negociaciones entre el nuevo gobierno nacido de las elecciones presidenciales del 28 de julio y el resto de partes firmantes, ante testigos de la Organización de la Cooperación Islámica, de la Unión Africana, de la UE y de la ONU. Se pretende con ello asegurar el apoyo del mayor número de actores involucrados en el proceso, tanto nacionales como internacionales.

Como en todo conflicto, se sabe cuándo se llega y difícilmente se puede prever cuándo se sale. La Misión Europea (EUTM Mali) ya está analizando prorrogar su mandato y se espera que en una reunión de ministros de Defensa de la UE, a celebrar el próximo mes de diciembre, se marque una hoja de ruta a medio plazo que contempla la continuación. En grandes líneas, si Europa es capaz de ayudar a reconstruir unas Fuerzas Armadas y de Seguridad que aseguren la soberanía del país y su orden constitucional y Naciones Unidas consolida este orden recomponiendo estructuras sociales y políticas que hagan viable un proyecto de Estado, algo se habrá ganado. Las Fuerzas Armadas no son el principal problema a resolver. Son más el reflejo de una sociedad dividida y sacudida por su reciente historia: influencia del terrorismo internacional, retorno de tuaregs desde Libia y el último golpe de Estado de marzo de 2012.

La Unión Europea invirtió entre 2007 y 2013 en Mali, Mauritania y Níger, 1.500 millones de euros. En Octubre de 2012 se movilizaron especialmente para Mali otros 167 para ayudas urgentes. En la Conferencia de Donantes celebrada en Bruselas en Mayo de 2013 se comprometieron 3.250 millones de euros, 520 de los cuales eran fondos europeos. El compromiso de la UE con Mali es firme, en cierto sentido desarrollado bajo el paraguas de su Política de Seguridad y Desarrollo (PCSD). Pero quienes han pagado un alto precio han sido dos periodistas. Arriesgaron, comprometieron sus vidas rompiendo quizás mínimas condiciones de seguridad. Quisieron llegar al corazón de la noticia, al fondo del alma del ser humano, a las raíces del odio. Por esto les asesinaron. Sirva esta reflexión de homenaje, respeto y reconocimiento hacia ellos.