Manuel Calderón

Mucha historia para ir tan rápidos

El sueño –entre visionario y monstruoso– de unificar Europa bajo un solo régimen político acabó muy mal, con Francia derrotada, Napoleón en la isla de Santa Elena y Wellington dando nombre a hoteles, calles y plazas y eligiendo nombre para la batalla, una prerrogativa que tenían los generales vencedores. El duque disponía de un caprichoso método para estos macabros bautizos: recibirá el nombre de donde pasó la vigía. Ese lugar se llamaba Waterloo, casualmente. De ahí que ninguno de los miles de muertos en el monte Saint-Jean, al sur de Bruselas, supiesen que con su sacrificio estaban haciendo historia. De este hecho se acuñó el principio de que la historia no se hace, sino que se escribe o se fabrica o se manipula posteriormente. Lo supo ver Sthendal cuando Fabrizio del Dongo, el joven personaje de "La cartuja de Parma", vivió la batalla de Waterloo pero no sabía que estaba en Waterloo. Mejor dicho, estaba hecho un lío. Las cosas han cambiado, de manera que ahora podemos hacer historia un par de veces al día sin demasiado esfuerzo. Y si no sale bien, se puede construir un «hecho histórico» sin riesgo de hacer el ridículo a cargo de los presupuestos del Estado o del Estado autonómico paralelo. El Gobierno de David Cameron ya tiene partida económica para celebrar el 200 aniversario de la victoria en Waterloo, 1,2 millones de euros: arreglar el campo de batalla y reformar la granja Hougoumont. Insistimos en que ya tiene dinero para derrocharlo porque ha dejado de tenerlo para otros asuntos menos brillantes pero más útiles. Porque aunque Gran Bretaña deslumbre con su flota atracada en medio mundo, su deuda es superior a la española. Pero qué más da: la historia no puede esperar. De la misma manera, Cataluña prepara el 300 aniversario de la caída de Barcelona con la soga financiera al cuello. Todo hace pensar que, cuanta más historia se produce, más efímeras son las obras humanas.