José Luis Requero

Muchas habas sin contar

Con la creación del supervisor bancario de da un paso más en la integración europea y cedemos un poco más de soberanía. Un escalón más en ese proceso iniciado con la adhesión de España a la OTAN y luego con la entrada en la Unión Europea. Desde entonces, mucha de nuestra política y de nuestra legislación se hace en Bruselas o se hace aquí sobre la plantilla de lo decidido allí.

Esto tiene sus servidumbres, porque el espacio de maniobra se va limitando y, como suele decirse, son habas contadas las posibilidades que hay de ser innovador. En España esto se agudiza con las comunidades autónomas. Si se repasan las competencias transferidas o el volumen de gasto que gestionan, es fácil concluir que el margen de maniobra del Estado –Parlamento y Gobierno central– se ha estrechado aun más.

También en lo ideológico ese espacio ha menguado. Buena parte de las políticas de la Unión Europea se basan en la liberalización de servicios públicos, la prohibición de ayudas de Estado, la libre competencia, el control del gasto, etc. Se explica así que tras perder sus referencias ideológicas con la caída del Muro, la izquierda estatista haya visto cómo se le reduce su campo de acción, de ahí que busque nuevos argumentos que le den sentido.

Surge así esa nueva izquierda que sustituye la lucha de clases y sus variantes por el aborto como derecho, la ideología de género, los nuevos modelos de familia, «matrimonio» homosexual, despenalización de las drogas, odio hacia la Iglesia, laicismo radical, multicuralismo, aversión a las raíces cristianas de Occidente e identificación con sus enemigos –por ejemplo, el islamismo radical–, rechazo de la libertad de enseñanza, ataque a la clase media, etc. Fija sus señas de identidad en un discurso nihilista, destructivo, pero discurso a fin de cuentas; algo que le permite echar mano de algo que ofrecer a su clientela. Ha dado con nuevas señas de identidad al erigir un nuevo Muro, un nuevo paraíso totalitario, enemigo de los más básicos derechos y libertades.

Pero el estrechamiento del margen de maniobra juega para todos, también para la derecha, por mucho que ésta pueda verse más identificada con el nuevo orden político y jurídico global. Por esta razón, si en esos ámbitos aflora esa nueva izquierda, es deseable que también en ellos la derecha –centrada o a medio centrar– busque sus señas de identidad, aunque sea para ser, sencillamente, otra opción creíble y no la cara B del mismo disco. Si el objetivo de los enemigos de los derechos y libertades es sentar las bases de su nueva sociedad, bueno sería que la derecha captase que poco puede aportar si no regenera y fortalece la sociedad en la que se supone que cree.

Es aquí donde se encienden algunas alarmas. Llevamos un año desde que los defensores de los postulados de esa nueva izquierda ya no están en el poder y no se ve un cambio de rumbo regenerador tras dos legislaturas destructivas. Por el contrario se da por cerrado el capítulo del «matrimonio» homosexual, la ideología de género se asume como referencia normativa y política, la clase media sigue su proceso de laminación, la demografía en caída libre, no se refuerza jurídicamente a la familia, la reforma –efectiva– de la ley del aborto se hace esperar, de la investigación con embriones o la clonación ni se habla, etc. Sólo en Educación se atisban serias reformas que espero lleguen a buen puerto, y ojalá me equivoque si tengo la percepción de que el ministro de Educación es calificado por algunos de entre los suyos como un «broncas», fuente de conflictos y perjudicial para una imagen de moderación.

Hay por tanto muchas habas sin contar. No se trata de evitar que las cosas vayan a peor: eso sería una tregua de pocos años. Se trata de reconstruir y fortalecer. Sin miedo y aunque en estos ámbitos la Unión Europea pueda parecer más cercana a esa nueva izquierda, como lo prueba su desdén hacia Hungría por ir contracorriente, por recordar las raíces cristianas de Europa o propiciar una legislación basada en la dignidad de la persona. Por eso lo fundamental es el convencimiento de que ahí se juegan las diferencias reales entre opciones políticas y, sobre todo, que ahí es donde nos jugamos nuestro futuro.