Cristina López Schlichting

Mujeres contra el aborto

De la «ley Gallardón» sólo lamento que haya sido un hombre y no una mujer quien le dé nombre, porque en esta lucha por la vida las campeonas somos nosotras. Basta de identificar feminismo y aborto, es injusto convertir semejante drama en un «derecho de la mujer», nos resulta lacerante a muchas. ¿Con qué autoridad se arrogan algunas hablar en nombre de todas? ¿Por qué habla Elena Valenciano como representante del colectivo femenino? El aborto es dolor: sufrimiento para la madre, desgracia para el feto, gasto para la sociedad. Aquí sólo ganan las clínicas. Es un fracaso de la paternidad responsable y de una sexualidad feliz, un drama psicológico. En este extraño país nuestro, donde derecha e izquierda anuncian ipso facto la derogación de una ley del contrario, la «ley Gallardón» subraya puntos sobre los que todos debíamos pensar. En primer lugar, la necesidad de que el «riesgo físico o psíquico para la madre» o la enfermedad letal del feto sean certificados por médicos independientes. Todos sabíamos que ese supuesto era hasta ahora un coladero hipócrita, que las clínicas usaban a través de médicos compinchados con sus intereses económicos. En segundo, la incorporación del padre a la decisión del aborto. ¿Cómo se puede exigir a un hombre que se ocupe de sus hijos si antes se le niega cualquier responsabilidad en la concepción y el nacimiento? En tercer lugar, la obligatoriedad de denunciar la violación a la Policía antes de acogerse al aborto por esta causa, entre otras cosas porque el violador debe pagar. Finalmente, el consentimiento paterno para que las menores aborten. No se entendía muy bien por qué éramos padres en unas cosas y en otras no. En la letra pequeña de la ley se recogen además la objeción de conciencia (¿cómo se puede obligar a un médico a actuar contra su conciencia?) y la prohibición de la publicidad de las clínicas abortistas. Más allá de proclamas retóricas, la valentía del Gobierno no sólo da cumplimiento a un compromiso electoral, sino que plantea un debate de lesa humanidad. ¿Por qué hay que abortar a las personas con síndrome Down? ¿Qué han hecho para ser material de segunda? ¿Por qué su vida no es tan preciosa como la nuestra? O ¿desde cuándo la vida de cada uno de nosotros es un derecho de nuestras madres? ¿Es que el derecho de cada uno a vivir no cuenta? El siglo XX fue pródigo en desprecios y eugenesias, ojalá éste deje espacio a la ternura y la compasión. Ojalá sea, por fin, el siglo de las mujeres.