Alfonso Ussía

Nada solemne

Escribió el gran Pelham Grenville Wodehouse que los andares de un mayordomo inglés pueden interpretarse como la solemne procesión de un hombre solo. Nadie ha dibujado mejor con palabras las características de la sociedad post-victoriana como aquel genio clásico del humor. Su personaje Jeeves, el ayuda de cámara de Bertram Wooster, es consecuencia de su aguda observación. Jeeves no anda, se desliza sin hacer ruido, y cuando se viste para pasear por Hyde Park lo hace mejor vestido que su propio señor, muy propenso en primavera a calzarse unos zapatos marrones excesivamente inclinados hacia el amarillo.

La soledad es digna. Un ser humano abandonado tan sólo puede confiar en la compañía de su perro. Pero también los perros decepcionan. Fue el caso del fallecido marqués de Cabañas de Virtus, una localidad burgalesa vecina al puerto del Escudo. El marqués, hombre de muy acerado genio y natural mal talante, padeció una cadena de abandonos más que desdichada. Le abandonó su mujer, posteriormente su amante, seguidamente sus hijos legítimos, finalmente su hija postiza, definitivamente su dinero, y al final de su vida se encontró en un piso de alquiler en compañía de su perro «Georgetown», que hay que ser retorcido para llamar a un perro de esa manera tan larga y extravagante. Pero una mañana, cuando paseaba a «Georgetown» por el bulevar de la calle de Velázquez, el leal can se enamoró locamente de una perra dálmata, se deshizo de la correa, volvió su mirada hacia el marqués en señal de despedida, y desapareció por la calle de Don Ramón de la Cruz con su trufa entregada y adherida a los efluvios primaverales de su inesperado amor. El marqués llevó muy mal la plena soledad, y como no era hombre de dignidad reconocida, se tiró una mañana por el Viaducto, suicidándose sin grandeza, como un desesperado vulgar y corriente.

Algo parecido le está sucediendo a Rosa Díez, y también por su temperamento soberbio y autoritario. Ha sido abandonada, incluso, por Toni Cantó, que era para ella como «Georgetown» para el marqués de Cabañas de Virtus. Los medios de comunicación le han concedido mucha importancia y trascendencia a la deserción de Toni Cantó, como si Toni Cantó fuera la reencarnación de Churchill.

La realidad es que Rosa Díez se está quedando en UPyD más sóla que la hermana de Sissi, que era la fea de la familia. Rosa Díez se opuso a llegar a un acuerdo de colaboración con Ciudadanos, decapitó políticamente a todos los partidarios de alcanzar tan lógico pacto, y ahora contempla con amargura de telenovela cómo todos los suyos están intentando encajarse, precisamente, en Ciudadanos. Pero su deambular en soledad por los pasillos del Congreso carece de la dignidad del mayordomo inglés. No es una soledad solemne, sino patética, y lo que es más grave, merecida. Una soledad airada, en fase de explosión histérica, difícilmente elogiable.

No puede escudarse en la falta de apoyos. Un periódico tan influyente como el diario «El Mundo», en tiempos de Pedro Jota Ramírez y en los actuales de Casimiro Garcia-Abadillo, le brindó a UPyD tanta esperanza como cobertura. Y mi querido y apasionado Federico Jiménez Losantos ha tratado al partido de Rosa Díez con una suavidad conceptual y crítica de complicada superación. Se unieron a ella personajes desencantados de la política y el periodismo tan válidos como Sosa Wagner e Irene Lozano, que ahora aspira a ocupar el trono de UPyD, cuando en realidad UPyD ya ha desaparecido. El partido magenta no pasa por un problema de navegación. Ya se ha hundido. Y la responsable aún no ha reconocido los inmensos y vanidosos errores que han adelantado el desastre.

Pasea en soledad, pero nada hay de solemne en sus movimientos. Se trata de la burda procesión de una mujer merecidamente sola.