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Alfonso Ussía

No duermo

No duermo larazon

Arrastro algunas noches sin conciliar el sueño. No duermo. Crujen las maderas y no me asusto. Me pinchan, y no sangro. Me hacen cosquillas en las plantas de los pies y mantengo una expresión de completa indiferencia. Me regalan una camiseta estampada con la efigie del Che Guevara, y lo agradezco. Veo una película de Federico Luppi y no me río. ¿Qué me pasa, doctor? La respuesta ha sido terminante. -Usted está deprimido como consecuencia de una terrible decepción-. Y ha dado en el clavo.

Cuando era joven, la defensa de los obreros y los trabajadores se resumía en la honestidad de los sindicatos. Marcelino Camacho y Nicolás Redondo eran sus dirigentes. Al segundo le hirió el asunto de las viviendas que no se construyeron, pero Redondo no estuvo nunca en los márgenes de la sospecha. Y como el primero, fue un hombre valiente y honesto. Marcelino Camacho, fresador de la Perkins, pasó muchos años de su vida encerrado en las cárceles franquistas, ayudó con su falta de resentimiento a la cordialidad y la tolerancia, y jamás se insinuó en su persona ni un atisbo de venganza.

Aquellos sindicatos de clase ya estaban anticuados, pero servían a través de la dignidad y decencia de sus dirigentes. Fueron tiempos emocionantes, en los que la derecha y la izquierda en España se unieron para alumbrar el futuro bajo el paraguas del Rey, que creció afortunadamente, con desmesura. Los sindicatos cumplían con su superada función, pero lo hacían honestamente, y tenían centenares de miles de afiliados que creían en la conveniencia de su militancia.

Del mismo modo que se deterioró la honradez en la política, se pudrió la decencia sindical. Se llega ahora a un punto irreversible con la estafa de los ERE en Andalucía, estafa que parece no merecer la atención ni el interés de algunos medios de comunicación. La juez Alaya ya ha sido advertida por más de uno de los implicados a los que ha enviado a prisión: «Si quiere usted saber dónde está el dinero de los ERE, pregunte a los sindicatos y a los señores de Andalucía». Conozco a muchos y grandes señores de Andalucía, y los he llamado, y todos me han respondido lo mismo: «No se refieren a nosotros, sino a los auténticos señores de la Andalucía de hoy, a los que tienen el poder». Por ahí se han dibujado las sombras de Chaves, de Griñán, de Zarrías y de algunos más. Y los sindicatos, claro, el dependiente de los socialistas y el amparado por los comunistas, que son socios en el Gobierno.

He pensado, y quizá por ello la falta de sueño, mi angustia mal trasnochada, en Marcelino Camacho y Nicolás Redondo. Ninguno de ellos hubiera admitido ni tolerado que unos jugosos y siempre bienvenidos millones de euros que pertenecían a los trabajadores andaluces se acomodaran en las arcas de los sindicatos UGT y CCOO. Lo malo es que aún no se ha indagado ni la décima parte del caso, y ya se ha demostrado que los sindicatos se han forrado a costa de los andaluces en paro, de los andaluces despedidos de sus puestos de trabajo y de los andaluces sin esperanzas. «Pregunte a los sindicatos». El montante del dinero estafado en los ERE fraudulentos supera los mil doscientos millones de euros, es decir, unos doscientos mil millones de las viejas –y en una buena medida, añoradas– pesetas. Mil doscientos millones de euros repartidos entre sindicatos, amigos y paniaguados del poder autonómico. Permítanme que afirme que Marcelino Caamacho y Nicolás Redondo se habrían sentido profundamente entristecidos y avergonzados con semejante fechoría.

Los sindicatos se han convertido en grandes empresas desfavorecidas por los clientes, que son los afliliados. Viven y sobreviven de las subvenciones que pagamos los contribuyentes, porque de subsistir con las cuotas de sus militantes, no podrían pagar ni las luces de los despachos de Toxo y Méndez. Es injusto que paguemos entre todos a unos sindicatos sin crédito ni utilidad. Pero más injusto –y triste– es que los sindicatos se aprovechen de la desgracia de los trabajadores para recaudar millones de euros de oscura y delictiva procedencia.

En mi insomnio, he visto a Marcelino Camacho y Nicolás Redondo rompiéndose las manos contra sus mesas de despacho, acusando de sinvergüenzas a centenares de sombras inconcretas y ordenando una rigurosa y estricta relación de sindicalistas comprometidos con las estafas. Y posteriormente, los he visto irremediablemente derrotados. Cosas del sueño mal recibido.