Alfonso Ussía
No pasarán
El pasado domingo, el pueblo de Madrid apoyó sin fisuras el refrendo ilegal en Cataluña. Los de Podemos se trasladaron a un teatro dirigido por un mediocre actor de Podemos, y el pueblo de Madrid de doscientas personas se sumó al acto. Fue clamoroso. «Nunca me he sentido más madrileño» reconoció Tardá visiblemente emocionado. El teatrillo no es grande y muchas butacas mostraban su soledad, su necesidad de culos ocupantes. Las butacas vacías de los teatros reflejan más tristeza que las miradas de las vacas después de ser ordeñadas. Y el pueblo de Madrid no abarrotó el teatrillo, y eso dice muy poco del pueblo de Madrid. Doscientas personas entre tres millones y medio de habitantes no son muchas. Y podían haber elegido a un pueblo de Madrid con mejor aspecto y mayor proximidad a la apariencia duchada. El del preservativo en la chochola, el cantautor Llach, que anunció su presencia, no pudo asistir. Se perdió el amor y el entusiasmo del pueblo de Madrid.
El pueblo de Madrid es tan generoso y abierto que tiene una concejal catalana, Montserrat Galcerán, que se ocupa de los distritos de Tetuán y Moncloa-Aravaca. Pronto tendremos un concejal de Podemos en Nueva Zelanda, porque el pueblo de Madrid es capaz de eso y muchísimo más. La señora Galcerán dijo algo muy interesante: «Madrid ha dejado de ser el baluarte de un Estado represor». Apunten la frase porque merece la pena. Para mí, se trata de una reflexión de suma importancia. Es consecuencia de la cultura de la señora Galcerán, pero lo podría haber dicho cualquier otro.
Pero lo más interesante lo apuntó la responsable del acto, una joven edil muy inteligente que se llama Rommy Arce. No confundir a Rommy Arce con Rommy Schneider, la de Sissi. Rommy, que es más cursi que una ensalada de kiwi, se puso histórica y se dejó llevar por el entusiasmo. «Se siente la solidaridad del Madrid del «No Pasarán» con Cataluña». A ver, Rommy, piense un poco. Un pueblo de Madrid de doscientas personas no transmite ningún impulso de solidaridad. Y no resulta oportuno su recuerdo de tiempos bélicos. Recordar el famoso «No Pasarán» es una tontería. Porque pasaron y se quedaron cuarenta años. Y Celia Gámez lo celebró cantando un cuplé en el que se pitorreaba de su mensaje. «Ya hemos “pasao”», repetía en el estribillo.
Doscientas personas obligadas a asistir a un guateque no son el pueblo de Madrid. Si lo fueran, las noventa mil que se juntan en el Bernabéu o el nuevo Wanda Metropolitano representarían a toda la humanidad. A la presentación de mi último libro acudieron más de seiscientas personas, es decir y según los cálculos de Podemos, el pueblo de Madrid multiplicado por tres, que es una barbaridad. A la boda de su socio neozelandés, Alberto Garzón, asistieron doscientos cincuenta invitados, casi todos ellos provenientes de Madrid. Es decir, según los cálculos de Podemos, disfrutaron de la boda de Garzón el pueblo de Madrid y cincuenta acoplados más. Tuvo que costarle una burrada esa boda con todo el pueblo de Madrid comiendo y bebiendo de gorra, si bien algo le quedó para poder viajar –como todos los españoles–, a Nueva Zelanda y permanecer allí un mesecito de luna de miel. Su obligación, señorita Rommy, no es otra que explicarle a Tardá, con mucha delicadeza no reñida con la claridad, que doscientas personas en Madrid son poquísima cosa, aire, brisa fugaz, cuesco de colibrí y eructillo de logomorfo. A un sorteo de lotería, que es lo más aburrido que puede ofrecerse al personal, asisten cuatrocientas personas, es decir, el pueblo de Madrid multiplicado por dos. Si el independentismo catalán cree que el pueblo de Madrid clama en su apoyo, hay que sacarlo del error. Doscientas personas de Madrid son la M en bote.
Y lo del «No Pasarán» mejor olvidarlo. Pasaron cuando y como quisieron. Pregunte y se lo contarán.
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