Julián Cabrera

Oportunismo y reforma electoral

S iempre se ha dicho que el actual modelo electoral español basado en la ley D´Hondt no es el más justo, por aquello de que el voto no vale lo mismo en según qué provincias o, sencillamente, porque prima a las grandes formaciones. Estas pegas, que me atrevería a situar en el caso de la experiencia española como más que discutibles, adquieren especial valor en el debate público cuando surgen iniciativas ciudadanas como el llamado 15-M u otros movimientos que reivindican una supuesta regeneración democrática, o ante una situación política que, con sondeos en la mano, comienza a arrojar síntomas de un bipartidismo más o menos renqueante. Es positivo combatir la desafección política, pero sin pretender sublimar las excelencias de la ley D´Hondt. En ningún sitio está escrito que sea más justo y democrático y que no tenga un cierto tufo oportunista dividir el territorio en circunscripciones con el consiguiente aumento en el número de diputados, con la que está cayendo, o agilizar listas desbloqueadas antes que abiertas, o bien impulsar el sistema proporcional de votos/escaños.

Mas al contrario, la experiencia desde la Transición demuestra que el desbloqueo de listas en el Senado tiene eficacia nula. Tampoco la modificación en Italia hacia un sistema mayoritario/proporcional les sitúa como ejemplo para sus vecinos vista la actual situación.

La solución a la desafección ciudadana hacia la política y los partidos no pasa por cambiar el sistema electoral, al menos no sólo por ello; pasa por una dignificación desde dentro de los partidos de la actividad política eliminando cualquier atisbo de mala hierba, que a día de hoy se refleja en casi mil cargos imputados en toda España, y pasa por el punto final a un oportunismo antisistema en el que preocupantemente se mueve cada día más cómoda una buena parte de la izquierda española.