Rosetta Forner

Orígenes

El camino del infierno está pavimentado de buenas intenciones. Los que se aman muy mal a sí mismos, quizá no tengan en cuenta que no son quién para tomar decisiones sobre la vida de nadie sin su consentimiento. Puede que quien le arrebata a una madre su hijo no piense que ese hijo querrá conocer a su verdadera madre algún día, ni que su alma la añorará con todo su corazón. Puede que no considere el dolor que le creará a esa madre a la que ha convertido en invisible y ha silenciado su identidad. Nadie debería arrogarse el poder privar a dos personas de su historia personal. No se nos debería privar a nadie de conocer nuestros orígenes humanos. Perdidos éstos, se pierde la identidad, y nos convierte en náufragos de amor en un mundo lleno de oscuridad. Buscar los orígenes y no poderlos hallar, darse contra un muro invisible, debe de ser tremendamente desesperante y descorazonador. El amor tiene lazos que no puede destruir nadie, ni tan siquiera esos ladrones de vidas, aprendices de Herodes. El año pasado, en un programa de TVE, conocí tanto a madres a quienes les habían arrebatado un hijo como a hijos a los que los habían dejado sin madre. Ese «robo» les había dejado una herida en el alma que sólo puede curarse con el reencuentro de quienes quisieron unir sus destinos en la Tierra. Que ahora la Iglesia abra sus puertas para que puedan acercarse a buscar datos quienes lo necesiten, es caminar lo que predicó Jesús: amor a grandes dosis. Él trató de inculcarnos el Bien: «Ama al prójimo como a ti mismo». Dos mil años después, la esencia de Su mensaje se está recuperando, está más viva que nunca. Por eso el «Dejad que los niños se acerquen a mí» ha transmutado en «dejad que los niños se acerquen a sus verdaderas madres y familias». La familia es el puente entre lo divino y lo humano. Yo, que conozco el rostro de mis padres, no quisiera que nadie me hubiese arrebatado la mejor fortuna que tengo. No por desconocerlos, los echaría de menos de menos, al contrario.