Ángela Vallvey
Otras corrupciones
El ser humano, que por lo general se deja atrapar antes por las pasiones pequeñas que por las grandes, cuando tiene que elegir prefiere la seguridad a la libertad (a veces ambas parecen... ¡incluso incompatibles!). Quizás por ello, las dictaduras de antaño eran capaces de mantenerse durante décadas: garantizaban una mayoritaria sensación de seguridad, pese a sus purgas y asesinatos selectivos cometidos en aras, irónicamente, de esa ansiada seguridad ciudadana (las dictaduras de hoy, por contra, son ostentosamente inseguras). EEUU fue fundado sobre principios de libertad y resulta un país inseguro para nuestros parámetros europeos. El franquismo tuvo buen cuidado de generar una aparente seguridad ciudadana durante décadas –logro que esgrimió como un instrumento más de su represión–, levantada sobre las cenizas de un Estado que chorreaba aún la sangre de una guerra civil. Recuerdo que el maestro Francisco Ayala me contó cómo se había exiliado. «Le eché la llave a mi piso y me fui. Y cuando volví, años después, abrí la puerta y el piso estaba igual que cuando me había ido», me dijo, asombrado. España fue un país extraordinariamente seguro. Siempre ha elegido la seguridad por encima de la libertad, y aunque posiblemente eso no sea del todo bueno, al menos la seguridad conquistada lo ha convertido en un rincón del mundo extraordinariamente acogedor. Un valor incalculable que no siempre apreciamos. Además, históricamente contábamos con unos cuerpos y fuerzas de la seguridad impecables, con unos niveles casi inapreciables de corrupción hasta ahora. No hay nada más escalofriantemente inseguro que un país cuyas Fuerzas de Seguridad están corrompidas. Los casos de corrupción policial carcomen a la sociedad, ¿por eso ni aparecen en los medios de comunicación, al contrario que los de corrupción política...? Porque cada vez hay más tramas de corrupción policial que ni Google reporta.
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