Alfonso Ussía
Otro año sin Fossar
No suena bien el titulo del presente artículo. Algunos lo interpretarán muy malamente, con sesgo sexual. Nada de eso. Me refiero al Fossar de les Moreres, espacio elegido para celebrar la Diada independentista. Pero un año más, me quedo sin Fossar.
Cuando era niño tuve una institutriz natural del Fossar de les Moreres. Se llamaba Roser Palmiú y Gavá de Montferratge. Me dormía cantando sardanas, y hablaba continuamente de su querida plaza. Creció en mi ser un cariño muy especial por el Fossar de les Moreres, y me hice la promesa de visitarla y conocerla. En su cementerio, además, reposan los restos de mi querida Roser Palmiú y Gavá de Montferratge, que a ella le gustaba presentarse con nombre y dos apellidos, como los árbitros de fútbol, Condón Uriz, Acebal Pezón, Mateu Lahoz, Sánchez Arminio y demás compañeros de pito. Al fin, este año, recibí una invitación para asistir a los festejos de la Diada. Un texto con grafía confusa, pero contenido cariñoso. Como soy de natural desconfiado, acudí a un grafólogo de Santander que, después de analizar el documento con elegante parsimonia, me ofreció el veredicto. «Esto lo ha escrito un gato».
¡Un gato me invitaba a Fossar! Repasé mis círculos de amistades y no hallé gato alguno. Es más, y ahí discrepo de mi gran amigo y escritor Antonio Burgos, viejo compadre de la romana Sevilla y amante de los felinos. No me fío de los gatos. No estoy cómodo entre ellos. El grafólogo me aseguró que la carta había sido escrita en Barcelona por la humedad acumulada en la tinta. Y aquello abrió la ventana del enigma. Se trataba, sin duda alguna, del gato de Pilar Rahola, que viajaba con gato puesto a las exhibiciones radiofónicas que se montaba Luis Del Olmo en provincias.
Pilar me invitaba, a través de su gato, a la Diada en el Fossar de les Moreres, que no es la cuna del español Casanova, pero sí –creo haberlo escrito con anterioridad–, de mi añorada institutriz Roser Palmiú y Gavá de Montferratge. Y preparé todo lo que hay que llevar a un acto de tan peculiar importancia. Una bandera catalo-cubana, una mochila con termo, un atuendo con estudiado desaliño, buena voluntad y mucho entusiasmo. Estudié con detenimiento la ruta Comillas-El Fossar de les Moreres, y a contar los días con la impaciencia juvenil que me caracteriza. Pero mi gozo en un pozo.
Este verano me apunté a un curso, teórico y práctico, de salto de trampolín. Y el examen para obtener el diploma coincide con la gran manifestación popular catalanista que va a tener lugar en El Fossar de les Moreres. Con las ganas que tenía de compartir con aquellas buenas y acogedoras gentes la efeméride que conmemora la captura, posterior juicio y definitiva ejecución de Felipe V por parte del Ejército de Cataluña, que ya era un Ejército de armas tomar. En los libros de Historia el hecho no se resume de esa guisa. Parece ser que los catalanes no eran independentistas, y luchaban a favor de un archiduque austriaco para sentarlo en el Trono de España, a lo cual se opuso el Borbón –o Borbó–, Felipe V, y que Casanova, de acuerdo con los documentos que guarda su familia, era más español que la morena de Romero de Torres, y que finalmente, Felipe V, creador de los Mozos de Escuadra, ganó la guerra que se conmemora en la Diada. Un lío, del que tienen sobrada culpa todos los que permitieron que cada autonomía tuviera la potestad de inventarse su Historia.
Pero nada se consigue enredando. Han pasado trescientos años y si los independentistas gustan de celebrar derrotas que ellos no protagonizaron –no existían los independentistas–, lo más educado es permitir que lo hagan y compartir con ellos viandas, vinos, bailes y butifarras. Creo que va a actuar un grupo de «castellers», al que todavía no se le ha caído el niño pequeño que corona la fortaleza humana. Muy interesante. Toros no, porque hay que cuidarlos más que a los niños, lo cual se me antoja un tanto extravagante, pero pelillos a la mar.
Y nada. Que el plan del verano, ya agonizante y extenuado, se me ha venido abajo por culpa del «Diploma de Saltador de Trampolín de Cantabria». La prueba consiste en lanzarse al agua y entrar en ella como un clavo con cuatro saltos diferentes. El ángel, el tornillo, la carpa y la voltereta simple. De tal modo, que mientras me examino, la alegría estalla en el Fossar de les Moreres con mi ausencia asegurada. Gracias, Pilar. Gracias, querido gato. Os deseo una jornada inolvidable de unión y alegría. Y cuidado si aparecen por ahí los Pujol y la Ferrusola, que ya sabes, Pilar, que si tal, que si cual, que si los euros por ahí, que si los euros por allá, menudo lío.
Feliz Diada.