Luis Alejandre
Otros veraneos: la selección
Amante de prácticamente todos los deportes, a falta de ejercitarlos porque la edad no perdona, sigo siendo admirador de las crónicas deportivas. Desde siempre ha habido –hay– periodistas que han hecho buena literatura, incluso algo de poesía, del don de pegar patadas a un balón, empeñarse por hacerlo pasar por un aro, impulsar con los brazos una raqueta o un bastón o correr desesperadamente como perseguido por el peor enemigo. Lo reconozco, me encantan las crónicas que no retransmiten sólo el partido, sino que extraen conclusiones sobre estrategia, táctica, agallas, moral, orgullo, sacrificio, resistencia. Mucho se ha escrito sobre la breve participación de la Selección española de fútbol en el campeonato del mundo de Brasil. Me atrevo a resaltar dos tiempos, que para mí definieron el constatado fracaso. El primero se produce, semanas antes de comenzar, cuando el capitán del equipo, Iker Casillas declara las primas que van a cobrar si llegan a la final del 13 de Julio: 720.000 euros, de los que por cierto el ministro Montoro se frotaba las manos haciendo caja del 50%. Sé que no todo eran las primas, pero el querido capitán dejó la impresión de que estaban allí por aquel suculento plato de lentejas.
El segundo momento lo percibí en los prolegómenos del partido con nuestros hermanos de Chile. Sonando el Himno español, parte de nuestra plantilla tenía la mirada perdida, como avergonzada, confusa, pidiendo el tiempo. Políticas nacionalistas internas y un discutible sistema educativo han socavado el orgullo de ser español, incluso cuando en el extranjero superábamos «asuntos internos» y nos uníamos. Junto a ellos, once chilenos cantaban, voz en grito, su Himno nacional. Es más: acabada la breve versión oficial que se transmitía por la megafonía del estadio, aquellos once hombres seguían cantando el «dulce Patria recibe los votos/con que Chile en tus aras juró/ que o la tumba serás de los libres/ o el asilo contra la opresión» . En aquel momento vi el partido decidido. Y así fue. Me quedo con el gesto de Villa besando el Escudo de todos nosotros al ser relevado, sin poner en duda la indiscutible calidad técnica de la mayoría de nuestros hombres. No sé si tenían reservadas plazas hoteleras para la segunda quincena de julio. Lo cierto es que avanzaron las vacaciones.
Quiero imaginar las reflexiones de un honesto Del Bosque. Bien sabe que seleccionar es renunciar y quizás no supo renunciar con valentía, preso en el propio edificio que inició Luis Aragonés y que él acabó de construir y consolidar. Debe pensar que estamos en tiempo de abdicaciones, porque sigue siendo válida la máxima militar de que una retirada a tiempo es una victoria. Los expertos en análisis de empresas con problemas, que muy a menudo deben renovar sus cuadros, señalan que no siempre sirven para rehacerlas los mismos que las crearon o vivieron etapas de crecimiento. Otros señalarán que la evolución de las organizaciones no es todo lo ágil que debiera ser y que el perfil de los empleados no siempre responde a nuevas exigencias. Otros dirán que una plantilla se desgasta cuando el líder también lo está. Es curioso que muchas de ellas pongan de ejemplo a los frecuentes cambio de entrenador de los equipos de fútbol, cuando los resultados no son favorables. El cambio de líder actúa de revulsivo en bastantes casos. En otros –ya se sabe– es sólo el inicio de una espiral de errores. Las personas ante situaciones de fracaso reaccionan con miedo (la llegada a Barajas de la selección es un ejemplo) porque temen lo desconocido. Y externalizan este miedo con el resto de compañeros formando corrillos o grupos afines.
Indiscutiblemente esto viene de la falta de transparencia y comunicación de los dirigentes. Cuando aparezcan bajos rendimientos, errores tontos, poca capacidad creativa, y escasa estrategia, la organización debe ponerse en guardia porque algo falla.
Xabi Alonso habló honestamente de no haber sabido mantener «el hambre, la ambición». Le honra el reconocerlo. Y cuando imagino han visto jugar a nuestros hermanos de Costa Rica, Colombia, Uruguay –por supuesto a los de Chile– o a los africanos de Ghana, Nigeria o Argelia han sentido sana envidia. Y no pido que la emprendamos a bocados con los adversarios.
También sé que la suerte hubiera podido torcer cualquier resultado a nuestro favor, como también sé que estamos hablando de un deporte y no deberíamos sacarlo de su ámbito. Pero la influencia de su fuerza como canalizador de energías de masas, nos lo presenta como acontecimiento mundial. Y, lógicamente, le damos importancia. Pero el juego es el juego, rozando siempre esta línea de suerte, de la oportunidad del último segundo, del acierto o error del árbitro de turno. Vamos, que tampoco hay porqué dramatizar. ¡Feliz verano, querida Selección!
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