Cristina López Schlichting

Pablo, el rico

Dinero, dinero y dinero. A Pablo Iglesias le sobra el que no tiene España: en el salón de actos del Círculo de Bellas Artes prometió fondos y exenciones a emprendedores, autónomos y sectores educativo, sanitario, cultural y energético. ¡La gente devanándose los sesos desde todos los partidos y a él le salen las cuentas a costa de un mero impuesto sobre la riqueza! ¿Pero cuánto dinero se cree que tiene los ricos? La gran recaudación procede –es cuestión de números– de la inmensa clase media, que ya está esquilmada. Dinero, dinero y dinero es lo que le sobraba a Tsipras en la campaña electoral que ganó. Prometió más pensiones, más salario mínimo, expansión de la administración y fin de las privatizaciones empresariales. Todo, supuestamente, a costa de los ricos y la nacionalización de los sectores estratégicos. Naturalmente, ha puesto a Grecia al borde de la suspensión de pagos en apenas un mes; la gente sacó su dinero de los bancos, los capitales huyeron a Suiza y se cerró el crédito internacional. El presidente griego tuvo que desdecirse justo con respecto al leitmotiv de su campaña y pedir prolongación de un rescate que dijo que jamás aceptaría. Evidentemente, ni ha podido subir pensiones, ni salario mínimo, ni nada de nada. ¿Cómo frena todavía el descontento de la gente que lo votó? Con los gestos. El ministro de finanzas, Yanis Varoufakis, es la encarnación chic del discurso populista: un tipo que ha viajado como loco de capital europea en capital europea portando un físico espectacular de corredor habitual y un traje sin corbata. Por lo demás, regresó a Ítaca como salió. El miércoles, Pablo Iglesias nos prometió a todos en Madrid un sprint parecido: «Hay que ir a Europa a negociar la deuda –dijo– a veces con mala cara». Debe pensar que ni Zapatero ni Rajoy han hecho nunca en Bruselas esfuerzo alguno. O que su coleta va a hacer maravillas en las negociaciones, pero me temo que todo esto no es cosa de complementos. De las soflamas populistas sale de repente el ancestral discurso comunista, que pasa por nuevo ante capas enteras de la población: enajenación de los bienes de producción, impuestos sobre la riqueza, espacio para los pequeños emprendedores –a la yugoslava-, creación estatal de empleo. En contra, un solo argumento: la cosa se ha probado desde 1917 a 1989 y ha ido fatal. De veras me interesan las próximas tandas electorales. El voto a Podemos reflejará exactamente la capacidad de los españoles para reflexionar sobre los programas, hacer cuentas e imponer la racionalidad sobre los deseos.