Ángela Vallvey
Pájaros
En el maravilloso relato de Chesterton «El pájaro amarillo» (1929), llega Ivanhov, profesor y erudito ruso, como invitado a una muy encantadora e inglesa casa de campo. Ivanhov es un vehemente defensor de la libertad, que ha escrito sobre el tema un libro famoso. La emancipación de todo lo animado e inanimado del mundo es su razón de ser. Idea que llevará hasta sus confines allí, en la apacible casita extranjera que lo alberga. Le parece que el canario de la casa está apresado en su jaula: lo suelta y, en seguida, el pobre pájaro sufre el maltrato de los bichos salvajes del bosque, que lo defenestran en menos que canta un gallo, valga la metáfora ornitológica. También libera de sus cadenas al pez de colores de sus anfitriones por el expeditivo procedimiento de romper la pecera. Al fin, ansioso por escapar de la «cárcel circular» del cielo, vuela por los aires la graciosa vivienda que le ofrecía su techo... ¡mientras él mismo se encuentra dentro! El narrador del cuento, ante el triste espectáculo que convierte lo que en principio debía ser un noble y comprensible afán de libertad en una serie enloquecida de estropicios nihilistas, se pregunta qué es la libertad. Y responde: «Primero y principalmente es sin duda el poder que posee cualquier cosa de ser ella misma. De algún modo, el pájaro amarillo era libre en su jaula. En el bosque acabará con sus plumas destrozadas y su voz silenciada para siempre... Estamos limitados por nuestro cerebro y nuestro cuerpo, pero si rompemos ese encierro dejamos de ser quienes somos y, quizás, sencillamente de ser».
Pues sí: ser ya es una limitación.
Y parece claro que, hoy día, muchos políticos de discurso extremista no han leído a Chesterton. (O no han leído, simplemente. Que es todavía peor).
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