Marta Robles

Palabras lloradas

Hoy que José Manuel Lara, tras una dura pelea, se ha ido definitivamente, se me agolpan los recuerdos de tantos momentos compartidos. Entre ellos, los de un almuerzo con Terenci Moix. Estaba entonces Terenci al borde de su propio cáncer y fumaba, sin embargo, como siempre, encendiendo un pitillo con el otro. Ni la enfermedad, que luego sufriría en otra víscera el propio José Manuel, ni el humo, que por entonces compartíamos en público en los cigarrillos de todos, impidieron una charla apasionante cuajada de finas ironías y carcajadas furtivas. Pero era José Manuel quien avivaba el ingenio de Terenci y no el tabaco. Tenía esa facultad. Era un hombre distinto. Creativo hasta en las conversaciones y de esa brillantez tan extraordinaria que hace que, algunas personas, muy pocas, sean capaces de adivinar dónde está el talento y potenciarlo. Leía a todos sus autores y los cuidaba con amor de padre prior y respeto de lector compulsivo. Yo aún conservo algunas cartas suyas con recomendaciones literarias estrictas sobre alguno de mis libros. Y me reservo una novela para más adelante, nacida de un relato, que él me insistió mucho en que escribiera y que le dedicaré si algún día la llego a publicar. Me gustaba como decía las cosas. Esa seguridad. Ese aplomo. Esa casi certeza de lo que era bueno y lo que no, que le llevó a convertir el Grupo Planeta en el gigante que es hoy. Apoyado desde la trastienda por su incondicional Consuelo, esposa y madre de sus hijos, José Manuel, pese a los enemigos de todo hombre de valía, tenía incontables amistades en las que apoyarse y hasta con las que enfrentarse si la ocasión lo merecía. Dejó constancia de su valentía en sus opiniones, siempre claras y contundentes, sin asomo siquiera de leve temor a las posibles represalias. Mi admiración hacia él era total. Y mi gratitud es y será infinita. Se que se alegró cuando, en 2014, recibí el premio Fernando Lara de novela. Un premio que él amaba especialmente porque llevaba el nombre de su hermano, fallecido en un accidente de coche en 1995. Fue esa muerte fraterna inesperada la que colocó a José Manuel a la cabeza del grupo que hoy ha dejado huérfano. Mientras escribo, pienso que si hay un cielo –lleno de libros, espero– tal vez hoy se reencuentren los dos hermanos. Afortunados ellos. Los que nos quedamos aquí, familia, amigos, conocidos, trabajadores de sus empresas..., lloramos hoy, más que lágrimas, palabras. Adjetivos y pronombres dedicados a un hombre irrepetible. Que la literatura te acompañe, querido José Manuel. Y que desde allá donde estés sigas velando por los escritores.