Historia
Patagonia independiente
Alcanzando las Pampas por el sur en procura de la carretera Panamericana que me llevaría a Buenos Aires atravesé el sombrío e interminable valle de los Comenchigones donde pernocté en una pulpería o establecimiento de ramos generales y posta en la que los paisanos me hicieron la gauchada de contarme al fuego la historia de la monarquía patagónica de la que no tenía noticia, aunque existió realmente y permanece hoy día en su reclamo. Los araucanos o mapuches son gente bravía y los territorios patagónicos, chileno y argentino, (como las islas Malvinas) dependían de los virreinatos del Perú y Río de la Plata, pero sin presencia colonial efectiva. En 1858 desembarcó en Chile el abogado francés Orélie Antoine de Tounens, sin duda aventurero, pero del que nunca se supo si era un agente galo o un orate. Considerando la Patagonia «terra nullius» o «no man’s land» proclamó con asistencia de jefes mapuches el Reino de Araucania, monarquía constitucional y hereditaria de la que se declaró rey emitiendo edictos, moneda y títulos. Chile le puso preso y le deportó. Con los años regresó tres veces a la Patagonia provocando alborotos hasta que tras pasar por nosocomios lograron residenciarle en París donde perpetuó una Corte y el reinado de sus descendientes que hoy se reivindican desde dominios de Internet. Hace sólo dos años la corona de Araucania y Patagonia pasó al actual Antoine IV. Si esta pertinaz monarquía fue obra de un demente, al menos sus intenciones eran plausibles: crear un Estado tapón entre los criollos independizados y unos indígenas domeñados a sangre y fuego. En su contexto y por su continuidad en los siglos la independencia de las dos patagonias tiene más señas de identidad y legitimidad que el secesionismo romántico-sentimental y dinerario engendrado por Pujol como nuevo Antoine de Tounens, pero en el Mediterráneo. Pese a la ensordecedora bulla mediática no extraña que la sedición de una vanguardia de burgueses con etiqueta de ladrones solo interese al 1,5% de españoles. En su acelerada carrera hacia la nada aseguran la desconexión en dos horas, cuando solo precisan un minuto para declarar la República Catalana desde el balcón habitual y antes que los Mossos restablezcan la legalidad. Ante la Generalitat no hay que estacionar un blindado, como ensueñan, sino un control de alcoholemia y una carpa de asistencia mental avanzada. Aún queda por solventar la independencia patagónica.
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