El desafío independentista
Patatas fritas y mejillones
Estoy atónito. Hemos convertido a Puigdemont en el centro del universo. Las cadenas de televisión montan programas especiales, dedicados a seguir en vivo hasta la última peripecia del patético ex presidente autonómico de Cataluña.
No es sólo un tipo que no llenará ni media docena de líneas en los libros de Historia de la próxima generación; es que ni dejará huella en la prisión, donde todo indica que entrará nada más vuelva a poner los pies en España, pero el periodismo nacional anda en vilo, pendiente de su peinado, de lo que come, de si sale por una puerta y de cualquier memez que se le ocurra.
He llegado a un punto y supongo que muchos de ustedes sentirán lo mismo, en el que me da igual que lo extraditen o no. Para ser sincero, deseo fervientemente que se lo queden los belgas para siempre y que contribuya, entre patatas fritas con mantequilla y mejillones a la cerveza, a hacer ese país mucho más miserable, desastroso y contradictorio de lo que es hoy día. Esto se ha vuelto agotador. Vas a una de esas tertulias que han empezado a escribir en sus rótulos Cataluña con y griega en lugar de eñe y ya sabes que te vas a topar, sentado a la mesa, perfectamente protegido por sus anfitriones, con el independentista catalán de plantilla. Y que el fulano, después de soltar unos cuantos bulos, manipular cifras y hartarse de usar términos como «pueblo» como si los que salen con banderas españolas en Barcelona o votan a PP, PSC o Cs fueran marcianos, engolará la voz y preguntará: «¿Puede alguien garantizar que el Estado español respetará los resultados del 21-D?». Pasando por alto que el mangante da por hecho que el independentismo descarado sacará más diputados que los partidos constitucionalistas, lo que está por ver, denota una insultante ignorancia. Para empezar, porque gane quien gane en las urnas dentro de 33 días, no cambia esencialmente nada: nuestra Constitución no contempla ni la posibilidad de que una región se independice. Segundo, porque desde hace 40 años, con la desidia y el respeto escrupuloso de los principales partidos, han gobernado en Cataluña los independentistas, controlando desde la educación a la policía e incluyendo el presupuesto y los medios de comunicación. Las elecciones no resuelven nada, como tampoco lo haría un parche en la Constitución. En este asunto, de lo que se trata es de contener el problema y apretar duro a los que han infringido la ley, para que las aguas se tranquilicen otros 40 años.
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