María José Navarro

Pepe

La Razón
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Se ha muerto Pepe Fuentes. Así dicho, quizá Vds. no lo localicen, pero él me miraba como si fuera mi padre, me miraba mejor que mi padre, me dio mucha más ternura que mi padre. Lo hizo en unos cuantos años, muchos menos de los que tuvo mi padre y lo hizo mejor. Pepe Fuentes era un señor bajito y delgado, con acento llanito, que hablaba árabe como el mejor de los árabes y que era capaz de hablarlo también como el más humilde de los árabes. Y hablaba perfectamente francés, además, y pronunciaba «cheslong» muy gracioso. Y dominaba el inglés y leía siempre libros muy gordos en inglés sobre cosas muy raras, y sabía más de los Omeya que los mismos Omeya.

Hace unos años sufrió un infarto que casi se lo lleva por delante, pero nada cambió en su sonrisa ni en la exquisita forma de tratar a las enfermeras, ni en sus piropos a las doctoras.

Fue un padre maravilloso que ha dejado en sus hijos recuerdos enternecedores y divertidos y una forma de encarar la vida tan plácida y tan elegante que provoca que a esta hora tengamos muchos los ojos llenos de lágrimas. Qué pena da cuando se muere una persona buena, un hombre sin mácula, un tipo realmente encantador. Un genio chiquitito pero incapaz de poner en marcha el horno microondas sin que el barrio entero se arriesgase a saltar por los aires, un señor negado para comprender el mecanismo de un cajero automático pero preparado para ser, como fue, uno de los mejores abogados de empresa. Viajero empedernido, curioso eterno, Pepe Fuentes guardaba en su cabeza tantos datos, tanta historia, tanta gracia y tanta bondad que, si alguna vez hubo ángeles entre nosotros, él fue, sin duda, uno de ellos.

Espero que tengan buena biblioteca por ahí arriba y buenos conversadores para que no se aburra. Por aquí abajo ya notamos que estamos peor sin ti.