Alfonso Ussía
Por Colombia
Una nación que sabe hablar el español como se acostumbraba en el Siglo de Oro, no puede dejarse engañar por una paz mentirosa. Decía Álvaro Mutis, el gran escritor colombiano que se reconocía monárquico, que en Armenia y Pereira, los jóvenes recolectores de café se dirigen a los mayores con el respeto de «su merced» o «vuestra merced». Un campesino de Colombia usa el lenguaje con más belleza y propiedad que un parlamentario español del escalón medio-alto. La palabra tiene mucho que ver en la capacidad de reflexión y la actitud ante la vida. Por otra parte, ese refrendo posterior a un acuerdo humillante que abría de regalo las puertas del poder a los componentes de la más brutal, sangrienta, inhumana organización terrorista del mundo, contaba en España con unos valedores que producían un lógico recelo de cercanía. Cuando el Rey Don Juan Carlos abdicó de la Corona en beneficio o perjuicio de su hijo, Don Felipe VI, manifestó con claridad que se ponía a las órdenes del nuevo Rey para lo que éste estimara oportuno. Y lo ha hecho. El Rey padre, durante su largo reinado, jamás hizo públicas sus preferencias políticas, pero ante el terrorismo de la ETA se mostró siempre claro y contundente. Don Juan Carlos acudió a la firma de la claudicación del Estado de Derecho en Colombia, y no se le veía feliz. Le pidieron que representara a España y lo hizo. Pero sabía que aquel sitio no era el suyo en un acto que hería la sensibilidad de millones de colombianos, víctimas durante cincuenta años de los narcoterroristas y asesinos de las FARC. Los que enviaron al Rey padre a semejante farsa harían bien en dar las oportunas explicaciones.
Escribía renglones arriba que los defensores a ultranza de la humillación de Colombia ante el terrorismo me situaban del lado de los colombianos que prefieren el riesgo de la dignidad a la vileza de la mansedumbre. En España conocemos muy bien en qué consiste la palabra de los terroristas. No se puede compartir una esperanza limpia con quien escribió lo que sigue: «No comparto todas las acciones que llevó a cabo De Juana Chaos, pero su lucha era política y no merece ser insultado por la extrema derecha española». Lo firmó Pablo Iglesias en apoyo de un criminal –hoy residente en Venezuela y huido de la justicia–, que asesinó a veinticinco inocentes. A Iglesias, el resultado del refrendo colombiano se le ha antojado rencoroso y vengativo. La síntesis del revolcón que el pueblo de Colombia ha propinado a los cobardes y los terroristas nos la regala Alberto Garzón: «El odio y el rencor ha ganado en el referéndum en Colombia. Pero esperemos que la paz llegue igualmente». Fondo de estercolero y forma de analfabeto. El odio y el rencor no gana, ganan. El odio y el rencor «han ganado», porque son dos, el odio y el rencor. Pero los que han ganado han sido la dignidad y el coraje de una nación que no se somete a la operación más denigrante que se puede proyectar desde el poder de un Estado de Derecho. Entregarlo a quienes durante cincuenta años han asesinado a miles de personas, han secuestrado y mantenido cruelmente torturados en sus campamentos de la selva a decenas de miles de colombianos, y se han mantenido y enriquecido con el negocio genocida del narcotráfico. No todos, sus dirigentes, como siempre sucede cuando el pueblo es utilizado y atemorizado por el terror.
Claro que hay que esperar a que la paz llegue. Para ello, y es muy fácil, sólo es necesario que las FARC dejen de matar, de secuestrar y de manejar el negocio de la cocaína. Si durante dos o tres años, los miembros arrepentidos de las FARC demuestran que su petición de perdón es sincera, y se respetan simultáneamente los legítimos derechos de justicia de las víctimas de las FARC, es posible que la paz se instale en todo el territorio de la nación más culta de América. Pero son ellos, los terroristas, los que tienen que demostrar que ya no quieren serlo. Los colombianos, mayoritariamente y mediante los votos que tanto odian los que sólo admiten las votaciones cuando ganan, han demostrado que desean seguir perteneciendo a una nación digna.
Ridículo global. Todos los poderes del mundo apoyaron y aplaudieron la infamia. No contaron con el pueblo de Colombia, ese que reúne los granos de café en los paisajes de Álvaro Mutis dirigiéndose a sus mayores con un «Vuestra merced». Brindo por Colombia.
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