Julián Redondo
Porvenir indescifrable
Los muertos en el armario son amenazas reales que dan menos guerra que los vivos; y ni siquiera con el ropero limpio como una patena hay que perder de vista a quien pretende tanto poder que ni a sabiendas de que le puede explotar en la cara afloja la presión. El poder corrompe, «el poder es una conspiración permanente» (Balzac), el poder produce gustirrinín a los tontos cuando se lo creen y envilece a los necios, por arrogantes. El poder existe y está en la mano del poderoso decidir sobre las vidas de los demás si no hay quien le pare los pies. En ocasiones, los malos de la película no son los villanos sino los rancheros que consienten o alientan, por compartir intereses momentáneos o una amistad interesada que nace con fecha de caducidad.
Poder no es el de Luis Enrique si es cierto que ha tenido que plegarse a los caprichos de don inconmensurable, sublime y magistral Messi. Pero los resultados están ahí: la Liga, para empezar, y dos finales pendientes, la de Copa y la de «Champions», mucho más al alcance la primera que la segunda, también cercana.
También ha contemporizado Ancelotti al no incordiar a Ronaldo en su lucha por las marcas individuales. Messi y Cristiano están por encima del bien, del mal y de las voluntades de los entrenadores; lo que diferencia a uno de otro es que el primero ha contribuido decisivamente en la conquista de las siete Ligas que ha logrado el Barça en las últimas 11 temporadas y el segundo, sólo en una de seis; luego el poderoso no es él. Ni Ancelotti, que hace lo que puede con lo que tiene y eso en el Madrid nunca es suficiente. La diferencia entre él y Luis Enrique estriba en que el asturiano sí es dueño de su futuro.
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