Paloma Pedrero

Prostitución

Recuerdo con claridad una de las discusiones más dolorosas que he tenido en la vida. Fue sobre la prostitución. Estábamos en una sobremesa agradable de amigos y surgió el asunto. Éramos dos mujeres y tres hombres. Los cultos caballeros comenzaron, quizá por los efectos del vino, a destapar la creencia de que a muchas prostitutas les gusta su trabajo. Yo no podía creerlo, quién les había dicho semejante cosa. La mujer, madre de uno de ellos, les dio la razón. Ella conocía a una puta que estaba encantada de serlo. De repente me vi desbordada, perpleja, decepcionada. Cómo era posible que mis amigos no comprendieran que la prostitución viene siempre de la pobreza, que a ninguna mujer en sus cabales le puede agradar vender lo más íntimo de ella misma, que si tuvieran alguna posibilidad de encontrar un trabajo diferente no dudarían en dejar el oficio. Ese oficio tan viejo como vieja es la violencia a la mujer. Hoy salen estudios y mensajes confirmando que un noventa y cinco por ciento de prostitutas detesta su trabajo, hoy algunos países, como Francia, van a castigar a los clientes como culpables del delito, hoy volvemos a la eterna cuestión. Está bien, pero esto no se va a resolver con castigos. Esto sólo se puede resolver con conciencia. Con un profundo cambio en las mentalidades y sistemas humanos y políticos. Primero hay que lograr que la mujer tenga todos los derechos para estudiar y elegir el modo de ganarse la vida. Habrá que inculcar amor, responsabilidad y justicia como fundamento en la educación. Y no es asunto de mujeres, los hombres han de estar a nuestro lado. Desde aquí vuelvo a invitarles a hacerlo. Porque, compañeros, que ustedes quieran es imprescindible.