Ángela Vallvey
¿Qué vamos a hacer sin él?
Cierta vez dije unas palabras sobre su padre, algo alegre, pero que lo retrataba como el buen «comerciante» del libro que había sido el «Lara padre». Me gusta recordar –porque al mendruguismo patrio se le olvida–, que «editar y vender libros es un oficio noble». José Manuel Lara Bosch, «Lara hijo», sonrió mientras me escuchaba e inclinó la cabeza; pese a su gesto de decoro, de contención, la nostalgia brilló como un destello húmedo en el borde de sus ojos. Uno de sus empleados más cercanos me dijo luego: «el jefe se ha emocionado, pocas veces lo he visto así». Desde luego, el jefe se emocionaba, y precisamente por eso era un buen jefe; la sensibilidades la condición «Sine qua non» de un buen editor, y «Lara hijo» lo era, y de los mejores. Tanto, que ha hecho por la cultura en España mucho más de lo que han perpetrado varios ministros sucesivos, turbadoramente sinónimos.
Muchos envidian y recelan que se pueda construir un imperio industrial y económico partiendo de la venta de libros. Eso será porque no dan valor a los libros. Un libro es el objeto más delicado, costoso, insigne y digno que se puede crear. Lara amaba los libros porque sabía lo que valen, lo que cuestan. Sin él, España será más pobre.
Pensar que no volveré a encontrarme nunca más con su imponente presencia, me inquieta. Me pregunto qué va ser de la cultura en España. ¿Qué vamos a hacer sin él? Sin José Manuel Lara, ¿quién cuidará de los autores, quién se peleará por bajar el IVA cultural con el ministro del ramo, quién ejercerá el mecenazgo con la «poethambre», quién alentará la creación, la opinión independiente y libre con vocación de mayorías, la democratización de la lectura, el pensamiento como arma cargada de futuro...? ¿Quién?
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