Lluís Fernández

Queimada

Quemar arte moderno, considerado por los nazis como «arte degenerado», era un acto totalitario de repudio. Los socialistas del Soviet fueron más expeditivos: mataron a los artistas constructivistas, y los sustituyeron por el culto a la personalidad realista, copiado del arte hagiográfico católico, de larga y fructífera tradición. Luego vinieron los posmodernos, inconoclastas y apropiacionistas, dispuestos a bajar del pedestal de aquellos Olimpos museísticos a tanto artista y obra maestra, ora tratando de destruirla, como el situacionista Pierre Pinoncelli, obsesionado por devolver a la letrina industrial de Duchamp «Fuente» su marchamo escandaloso orinando en ella, ora cuarteándola con el martillo del subastador, siguiendo la consigna vanguardista del estridentista rumano Tristan Tzara: «Hay un gran trabajo destructivo, negativo, por cumplir». Todo provenía de una vieja tradición dadaísta que podría resumirse en «la gesta del gesto»: destruir el arte y transformar ese jápenin demoledor en una «acción» antiartística pura, inasimilable, y así vengar las sucesivas traiciones al arte del gesto. Ese resbaladizo terreno del gesto, de las «acciones creativas», como las de Pistoletto rompiendo espejos a martillazos o llenando de toneladas de escombros el pabellón español por la abusa-Dora García.

Pero he aquí que han aparecido un nuevos actores en la evolución de la gran confusión que buscaban la vanguardia romántica, fundir arte y vida: la barrendera de la Tate Gallery que tiró a la basura un montón de escombros pensando que eran lo que eran: escombros. Cuando el director de la Tate descubrió el sacrilegio, gritó: «¿Pero qué has hecho, insensata?» La segunda ha sido Olga, la madre rumana de los ladrones de obras de arte moderno que, temiendo que la pillaran con «el cuerpo del delito», cogió los Monet, Gauguin, Freud y Picasso, hizo una pira funeraria en la chimenea y los quemó. Desde la ultratumba, el rumano Dadá hubiera exclamado: sólo con el fuego purificador de los ignaros se inicia la ultramodernidad: si nada es lo que parece y todo vale al menos ahí quedan, sacralizadas, las cenizas de la modernidad.