Joaquín Marco

¿Quién nos controla?

Pocos países parecen dispuestos a abandonar la Unión Europea, pese a que se acentúe el euroescepticismo de muchos votantes. Cuando lleguen las elecciones europeas habrá menos dudas, porque cada quien elegirá a sus preferidos por razones nacionales. Queda lejos todavía una unificación de candidaturas mediante la que podríamos elegir a un alemán o a un finlandés, según un programa común y aceptado por todos. La supervivencia de los estados nacionales y de quienes pretenden serlo pesa demasiado en la conciencia de los electores. La crisis ha acentuado las diferencias en lugar de disminuirlas. Hoy el europeismo representa mayormente los intereses económicos. Hay quienes dudan ya de la conveniencia de haber convertido las monedas nacionales en euros. Nuestro país salió perjudicado por el cambio de moneda y favorecido por otros muchos beneficios que quizá compensaron aquella operación realizada de forma modélica. Porque no es fácil cambiar de moneda y, en consecuencia, de precios. Ucrania, por ejemplo, pese a dificultades económicas con respecto a Rusia y una renta per cápita desastrosa se está manifestando con ilusión por entrar en este círculo virtuoso, contra las autoridades que se encuentran en la órbita rusa. Quienes ya formamos parte del club se nos antoja que en lugar de socios en ocasiones nos convertimos en rehenes de las instituciones que constituyen una enorme superestructura funcionarial, ocupada en engrasar la máquina y vigilar los posibles descarrilamientos de los trenes que circulan en las vías de la ortodoxia más conservadora. El hecho de que nuestros presupuestos deban ser revisados, hasta lograr el placet de la correspondiente comisión, no deja de ser una fórmula de intervención. Bien es verdad que nos comprometimos en el mes de junio a reducir nuestro déficit nominal, hasta un 5,8% del PIB en el año próximo, a cambio de lograr un plazo más amplio para alcanzar el mágico 3% en el 2016, situado como un objetivo común. Olli Rehn, comisario de Asuntos Económicos y Monetarios, determinó que España debía ajustarse de nuevo y tomar medidas urgentes para alcanzar el límite propuesto. El presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, recibió satisfacciones de nuestro ministro Luis de Guindos en el sentido de que se produciría de inmediato «una segunda ronda en la reforma del mercado laboral». Se manifestó más tarde que el Gobierno lo tenía ya previsto en el Plan Nacional de Reformas. Parece que los tiempos de los organismos europeos y los del Gobierno no están acompasados. Posiblemente, aunque no se precisó, las reformas consistan en una reducción drástica de los modelos de contrato laboral y una aceleración en los límites de la edad de jubilación. En estos delicados trances, que acaban afectando a la vida cotidiana de los ciudadanos, estuvimos acompañados por Italia, Malta y Finlandia. Tampoco son de extrañar las imposiciones que nos llegan desde Europa respecto a nuestra economía, cuya intervención se reduce a una parte del sistema bancario, al que literalmente se le dio la vuelta. Pero su actividad ha sido cuestionada por el FMI, ya que según dicha institución los colchones de capital de los bancos españoles «no son elevados pese a que todavía se enfrentan a importantes riesgos». En consecuencia demandan limitar los dividendos a un 25% y fomentar, por el contrario, las ampliaciones de capital.

Apenas nos controlan los hombres de negro y estamos todavía lejos de los problemas que viven nuestros vecinos portugueses. Pero las instituciones europeas están alejadas del hombre de la calle. Un exceso de optimismo por parte de las autoridades puede resultar contrario a los efectos deseados. No es la primera vez que España se ve cuestionada y empujada hacia el rescate. En su libro «El dilema» el ex presidente Zapatero narra las tres ocasiones en las que fue llamado a solicitar el rescate. Dominique Strauss-Kahn, entonces director gerente del FMI, le sugirió solicitar una línea de crédito, Angela Merkel y el BCE insistieron en la necesidad de abrir una fórmula de financiación, pero Zapatero había efectuado ya el 12 de mayo de 2010 su cambio de estrategia económica. Hasta entonces los ciudadanos no habíamos sido conscientes de la gravedad de la situación: «Nos costará años superar esta crisis, con el rescate habrían sido lustros. Esta crisis ha deteriorado el Estado del Bienestar, con un rescate se hubiera convertido en irreconocible. Además nuestra autonomía como país se hubiera visto gravemente limitada y nuestra autoestima muy dañada, aún más y para mucho tiempo. Esa era mi convicción entonces y sigue siéndolo ahora», escribe en un epílogo en el que pretende justificarse. Las consecuencias de aquellos años dubitativos las estamos sufriendo ahora. Entonces, todo fueron felicitaciones por el cambio de orientación de la política económica por parte de las autoridades europeas y el FMI, porque estamos controlados por determinadas autoridades y no sólo europeas. Corrientes subterráneas fluyen bajo los pies de nuestros gobernantes. Es una situación difícil, porque, aunque nos mantenemos todavía a flote en medio de la tormentosa crisis, caben dudas sobre nuestra misma independencia. Zapatero no ha hecho otra cosa que levantar pudorosamente uno de los velos. Pero hay otras fuerzas no mencionadas, otras presiones, otros dueños que, cuando conviene, agitan las aguas. Determinadas sugerencias son para el país como órdenes. No manejamos siquiera los tiempos con libertad. Cabría preguntarse quién controla a nuestros controladores.