
José María Marco
Racionalidad destructiva

Las elecciones en Cataluña se han convertido en un plebiscito. No lo son, como se dijo hace tiempo, pero ha prevalecido el órdago nacionalista que ha acabado determinando los términos de lo que se va a votar el domingo: independencia de Cataluña, sí o no. Sin embargo, y como era de prever, los argumentos, a medida que ha ido avanzando la campaña, han ido revelando más y más la irrealidad de la ambición nacionalista. Así hasta llegar a absurdos como que las pensiones de los inminentes catalanes-catalanes las vamos a pagar los españoles (esto tiene gracia, la verdad), o que la independencia de Cataluña no tiene nada que ver con la nacionalidad de los catalanes-catalanes, que en realidad lo serán sólo a medias porque piensan seguir siendo españoles (la verdad es que esto la tiene aún más).
Así que hemos ido volviendo al principio, que es la reflexión acerca de la naturaleza de las elecciones del domingo. Con la diferencia de que, como sigue planteada en términos plebiscitarios, la cosa, por no hablar de «procès», desemboca en una situación en la que se va a votar la independencia de Cataluña no porque sea una posibilidad real, sino precisamente porque es imposible.
Quizá algunos catalanes, que siempre se han creído portadores de un plus de modernidad y sofisticación con respeto a los zafios y atrasados españoles, piensen que esto es el colmo de la inteligencia política. Y habrá quien piense, fuera y dentro de Cataluña, que esto de votar irrealidades demuestra que no está lejos la hora del sentido común, del «seny». Se equivocan los dos. Los primeros, porque ese supuesto plus de sofisticación maquiavélica y mediterránea va a llevar a la sociedad catalana a quedar en manos de los Junquera, los Romeva y los compañeros de las CUP y de Podemos, es decir, en el grado cero del discurso político. Y en cuanto a los segundos, porque votar un imposible entraña una racionalidad destructiva que no debería ser despreciada. No es nueva. Los catalanes han dado muestras de ella a lo largo de su historia y ahora, además, se combina con la explosión de fantasía emocional-regeneradora que trajo la crisis. Nos encontramos en un periodo experimental, en el que se vota en contra de lo establecido porque es urgente encontrar una alternativa a la realidad. Excitante, sin duda, y devastador, en particular para los mayores cogidos en una trampa y la gente joven que va a comprometer su futuro en una estupidez.
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