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Realitypolitik

La Razón
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En las guerras trumptianas sucede como en los Real Madrid-Atleti. Sabes cómo arrancan y poco más. Los prodigios del descuento llevan años incendiando la imaginación del aficionado. A ver quién es el listo que pronostica. Igual que Ramos acostumbra a imaginar un partido furioso, que resuelve cuando la gente desfila hacia los vomitorios, así Fred Upton, antiguo presidente del Comité de Comercio y Energía, y voz decisiva en la reforma del Obamacare, acaba de reventar la banca. Resumiendo. No apoyará la nueva ley, por cuanto «torpedea» la protección a las personas con condiciones preexistentes. O sea, a los enfermos, parias, capullos, que pretendan suscribir un seguro médico. Una línea roja, la de impedir que las aseguradoras hagan la cobra al enfermo, que levantó Obama y que amenaza con extinguirse. Upton lo tiene claro. Trump un poco menos. Al pobre alguien le había convencido de que podía hacer política de dibujos animados. Igual que aquellos regates cola de vaca que soñaba Romario. Nada más aterrizar en la Casa Blanca descubrió que no. Que de eso nada. Que las filigranas en el aire quedan reservadas para las tardes con caipirinhas de Copacabana. La política no es país para niños y ninguna cuestión se resuelve a base de improvisar citas. Toca negociar, hablar, empuñar la daga de la persuasión, pactar y jugar. La política está mucho más cerca de una partida de póquer que del juego cesarista que en su infinita bisoñez había supuesto. Claro que si algo hemos aprendido estos últimos días es que cualquier merluzo puede acceder a las más altas magistraturas. Pero una cosa es experimentar el vértigo de las redes y seducir a la muchedumbre y otra, una vez conquistado el trono y sus juegos, orientarse sin tirar la mañana tropezando con los muebles. Me dirán que Berlusconi aprendió y que tampoco hay mucha diferencia con Trump, que incluso el rubio asimilará el arte de fajarse, pero el primero es italiano, creció en el país de los Borgia, y allí todo, desde el crimen a la moda y la política, tiene un dibujo interior ambiguo y refinado. Trump, en cambio, lamentará su fondo chusquero. Su desprecio olímpico por la historia. Sus trapicheos cerebrales. Con semejante armadura puedes asaltar los cielos, pero el derrumbe está asegurado. Será estrepitoso. Entre tanto, mientras cae, quizá encuentre tiempo de aprender algo y hasta puede que alcance a pactar una ley sanitaria. La cosa tendría su gracia, el espectáculo del ignaro haciendo el primo hasta podría hacernos reír, si no fuera porque entre gag y gag, de rebuzno en rebuzno, acabará con nosotros. Todavía peor. La peña está tan mimada y ha dimitido de tal forma de sus deberes que hasta es posible que con tanto desastre, cataclismos y escándalos acaben por votarle de nuevo. Quién si no logrará que disfruten, que aplaudan y jaleen. De la realpolitik a la realitypolitik. Del congreso al circo de los payasos y el cómo están ustedes, bieeen. Con las risas enlatadas y el ojillo codicioso en pos del audímetro. A estas alturas, lo único que vende e importa.