José Luis Requero
Recuerdos
Hablar de Suárez es hablar de la Transición. Y me vienen recuerdos porque en aquellos años inicié mis estudios universitarios, una época ideal para que confluyera el interés por la carrera que empezaba con el más que evidente cambio político y jurídico que se avecinaba; una época apasionante que invitaba a involucrarse en la vida política.
Así lo hice y me afilié a la UCD. No sin incomprensiones. Por un lado, como militante, me movía por Vallecas, lugar no muy propicio a ese partido y porque estudiaba en el CEU, entonces muy distinto de lo que es ahora la Universidad San Pablo, con una presencia muy marcada en el alumnado de la derecha a secas o con el añadido de extrema. Ya fuese en Vallecas o en las aulas, ser de UCD se pagaba con cierto desdén.
Siendo ya juez conocí personalmente a Suárez. Primero en la misma Audiencia Nacional. Estaba citado como testigo y el presidente de la Audiencia, Clemente Auger, tuvo la deferencia de que no esperase en el pasillo y le invitó a su despacho en el que estábamos reunidos la Sala de Gobierno. Después, ya como Vocal del Consejo General del Poder Judicial, tuve la ocasión de departir en alguna de las recepciones en el Palacio de Oriente, con motivo del 12 de octubre.
No me gusta idolatrar a la Transición y eso que, como digo, fueron años que procuré vivir desde un compromiso político, humilde, pero compromiso al fin y al cabo y al que puse término cuando aprobé las oposiciones. En ese momento me di de baja formalmente de la UCD, cuando ya muchos habían abandonado el barco en los años anteriores y sobre todo tras la debacle de las elecciones de octubre que llevaron al Poder al PSOE.
Fueron años en los que se cometieron errores como los que ahora pagamos en términos de Estado de muy difícil sostenimiento –ahí está el «café para todos» territorial, cuando unos pocos eran realmente cafeteros– o años de plomo en los que era cansino oír frente al terrorismo que se iban a «adoptar medidas». Sin embargo hay mucho que valorar y agradecer porque el balance es positivo. En términos políticos cada vez estoy más convencido de que se hizo lo que se pudo y que si gobernar es difícil, en aquellas circunstancias aún más, por eso los logros se revalorizan con el tiempo.
En términos jurídicos ahí está la Constitución, que será criticable en no pocos aspectos pero que era la posible. A partir de ella se promulgaron leyes de las que nacieron unos órganos constitucionales que tuvieron inicios prometedores, pero que en los años posteriores sufrieron unos mazazos de los que aun no se han recuperado. Pienso en el Tribunal Constitucional, que en los primeros años dio muestras de prestigio, pero que el afán de legislar bordeando la Constitución acabó por mutarlo en un órgano donde la lucha política continúa con otro lenguaje, otros actores y otro guión, pero continúa. O el primer Consejo General del Poder Judicial, fruto del pacto constitucional en el que se vio con naturalidad que fuese un órgano despolitizado elegido por los jueces. Abandonado el modelo genuinamente constitucional no ha levantado cabeza, pese a las reformas posteriores, en especial a partir de 2001 de la que nació el Consejo del que formé parte.
Y fueron años de renovación jurídica donde la Judicatura contribuyó a la consolidación del sistema constitucional. Fue cuajando así una jurisprudencia valiente, muy sensible hacia los principios democráticos, que a golpe de sentencias fue depurando el ordenamiento jurídico que pasaba por el tamiz constitucional. Ese espíritu no se ha perdido, pero tengo la percepción de que la legitimidad democrática del Poder y de las normas que de él emanan, a veces se transforma en una suerte de presunción –quizás excesiva y acrítica– de legalidad de los actos del Poder. Que sea democrático en su origen no significa que todo lo que haga sea legal.
Como digo, no se trata de vivir encandilados con la Transición, tampoco de recuerdos: eso genera nostalgia y todas las algias duelen pero, como los barcos, nuestro sistema político y constitucional precisa reformas de media vida y sólo desde aquel espíritu se podrán acometer.
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