Luis Alejandre
¿Reformar el islam?
Insisto, querido lector, sobre un tema que me preocupa, que –creo– nos preocupa a todos, sobre el que reflexioné en dos tribunas anteriores. Por supuesto considero grave el asentamiento de un califato a caballo de Iraq y Siria; por supuesto inquieta el efecto llamada que estimula a parte de una generación a enrolarse en una guerra que no se sabe exactamente cómo es y cómo terminará y es desmoralizador ver cómo la presión migratoria sobre Europa procedente del Norte de África está asociada a esta guerra y con un pie puesto en Libia, donde un día equivocadamente nos esmeramos en trasplantar nuestras constantes democráticas a unas sociedades tribales que sólo un conocedor de aquellas gentes podía encorsetar con mano dura.
Naciones Unidas pasaba esta semana la cifra de seis millones de desplazados a causa de los conflictos actuales. Parece que el número comparado con otras cifras demográficas o con datos macroeconómicos es corta. Pero pensemos que tras cada uno de estos seis millones de seres humanos hay dolor, desesperación, inseguridad, miedo. No deberíamos consentirlo y sin embargo lo consentimos, como si no fuera con nosotros.
Coincidía en la primera tribuna con Karen Armstrong respecto a que no es sólo la religión la responsable de esta situación. Concluía con ella en una «ausencia del islam» en muchos brigadistas, autores de atentados o simplemente yihadistas.
Despues, trasladé mi preocupación hacia los cristianos de hoy: ¿no hay también ausencia del cristianismo en quienes han hecho del río revuelto de la crisis su propia ganancia de pescadores, sin importarles la situación de otros seres humanos que no encontraron más salida que la indignación?.
Comparé los dos modelos. Pensé que a lo largo de la Historia las iglesias cristianas recurrieron a reformas y contrarreformas para adaptar sus preceptos a cada realidad de los tiempos. Incluso pensé en la serie de mensajes de Francisco, el Papa actual, en los que no falta la palabra perdón, que precede muchas veces incluso a las del propio dogma.
Sobre este tema reflexiona, valiente, asumiendo riesgos, Ayaan Hirsi Ali en un libro reciente («Reformemos el Islam», Galaxia Gutemberg, mayo 2015).
Nacida en Mogadiscio en 1969, hija de un líder político somalí enfrentado al dictador Siad Barre, recibió desde niña una educación islámica ortodoxa a la vez que conocía el exilio en La Meca, Riad, Medina y Nairobi. Conoció también «esta traumática experiencia que como mal endémico se ceba en muchas mujeres musulmanas en su más tierna infancia: la ablación». Pasó por el fanatismo de los Hermanos Musulmanes hasta que con 22 años huyendo de una boda concertada sin su consentimiento en Canadá, aprovechó una escala en Dusseldorf para escapar a Holanda. En pocos años sería diputada de su Parlamento por el Partido Liberal. Autora de varios libros ha desarrollado su actividad en Estados Unidos, defendiendo los derechos de la mujer, huyendo de amenazas, de disputas políticas, incluso de su propio conflicto interior. Fue en la Universidad de Leiden donde desarrolló y encontró eco su pensamiento crítico: «me pareció pasmoso y desalentador descubrir que uno de los principales logros de Occidente –la aplicación del pensamiento crítico a todos los sistemas de creencias– no era aplicable a la fe en la que yo había crecido».
Se apoya en Max Weber cuando cita que «la liberación de la conciencia individual de las autoridades jerárquicas y sacerdotales creó un espacio para el pensamiento crítico en todos los campos de la actividad humana» y cree que el islam no tuvo un despertar comparable. La era dorada de la ciencia y la filosofía islámicas, anteriores a la Ilustración europea, se quedó mil años atrás.
Tal como lo describe ella, el islam no es una religión de paz y necesita una reforma. «Sin una modificación fundamental de algunos de los conceptos nucleares del islam, creo que no resolveremos el problema candente y cada vez más global de la violencia política perpetrada en nombre de la religión». «El problema es que los musulmanes no quieren admitir que su religión ha sido secuestrada por extremistas» y «los asesinos del EI o Boko Haram citan los mismos textos religiosos que los musulmanes del mundo consideran sacrosantos».
En resumen la autora somalí se pregunta si es posible una renovación o una reforma. Compara el momento con el vivido por Lutero a comienzos del siglo XVI, preguntándose si es posible conciliar hoy la fe islámica con el siglo XXI. Refuerza las tesis del presidente egipcio Al Sisi, porque ella conoció en su juventud el fanatismo de los Hermanos Musulmanes y cita en un apéndice de más de diez páginas, los nombres de los musulmanes –disidentes o reformistas– que han planteado el tema antes que ella.
La evolución de su pensamiento, la valentía de su discurso cobran vida en las palabras de Ayaan Hirsi, en las que siempre brotan aquellas ideas liberales que descubrió en Leiden, admitiendo con Voltaire aquel: «No comparto lo que usted dice; pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo».
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