Enrique Miguel Rodríguez

Resaca catalana

La Razón
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Como por carnet de identidad soy antiguo, nunca viejo, para quitarme la «ardentía» que me han provocado las elecciones catalanas y sus consecuencias, he recurrido a la sal de fruta. Este remedio se hace imprescindible para que el estómago pueda resistir a tanto hijo de... fruta como han desfilado –como si fuese la pasarela de El Molino– estos días por los escenarios catalanes.

Hablaba con una amiga residente en Barcelona, que junto a su familia y una vez enviados los votos por correo, se marcharon unos días a Roma, para poder respirar un poco de normalidad, porque, como me decía, si te vas a Madrid o a Sevilla al final, un periódico, una radio, una televisión te mete en el drama. Esta amiga me contaba que había almorzado en un conocido restaurante barcelonés; en el mismo, un grupo de imputados en graves delitos de corrupción, de los que salen en los medios muy a menudo, disfrutaban de un estupendo y caro almuerzo con gran alegría, como si festejaran algo.

Le comenté que el lunes en «Espejo Público», que como es lógico era un monográfico sobre los resultados electorales, se abrió una ventana de diez minutos en la que intervinieron una hija y el abogado de Julián Muñoz, que había sido ingresado en un hospital con una angina de pecho que agravaba su delicado estado de salud. A pesar de esto, el juez insiste en no concederle la libertad provisional, entre otras cosas por el grave peligro de fuga del penado. Realmente, viéndolo no parece que esté el hombre para protagonizar la gran evasión.

Mientras tanto, de la familia Pujol, con el que fue honorable a la cabeza, no han sido jamás nadie llevado a comisaría o ante el juez con gran aparato, por ejemplo como a Rato, ni han pasado ninguna noche en un calabozo. No solo han tenido este trato tan exquisito el clan Pujol, también todos sus testaferros y miembros de la cofradía del 3%. Ya les contaba ayer, comían y bebían con gran placer, generosidad y alegría en la ciudad que tanto quieren y tanto les ha dado.