Alfonso Ussía
Rumanos
En este periódico no se veta el nombre de nadie. Y menos aún el nombre de un talento como el de Antonio Burgos, el gran escritor sevillano de ABC. Antonio, que es mi compadre, usa de una virtud muy poco común. La capacidad del hallazgo. Uno de los más importantes de los últimos tiempos, la obsesión de los rumanos por manifestarse en España en contra de la Corona que los acogió. Porque las manifestaciones que organizan los diferentes partidos comunistas y los partidarios de los terrorismos –activos y pasivos– de las periferias, lo hacen con banderas rojas de 1936 y banderas de Rumanía.
No viene de ahora. Veinte años atrás, el gran lingüista y académico don Manuel Gullón, de hondas raíces republicanas, me hacía partícipe de su desapego hacia el presumible símbolo de la Segunda República española, es decir, la bandera de Rumanía. Siento un gran afecto por Rumanía y los rumanos. Cuentan en España con un joven y magnífico embajador. Creo que ha llegado la hora de que el embajador de Rumanía en España proteste por el mal uso que el comunismo español hace de su bandera nacional. Me refería a Manuel Gullón: –No siento nada con la tricolor. No nos representa a los republicanos. Se la han apropiado los comunistas, y posteriormente, los desgarramantas–. Y lo mismo que don Manuel, lo piensan y dicen muchos republicanos que creen en la ventajas de su sistema preferido, pero dudan mucho de la libertad que dicen defender quienes ondean las banderas de Rumanía entremezcladas con los trapos rojos de las tiranías más sangrientas de la Historia.
He leído que el cantante y poeta argentino Andrés Calamaro, gran aficionado a los toros, lo manifestó recientemente. «A mí, el de la coleta no me pasa por la izquierda, pero El Rey es el que me ha dado en España la oportunidad de ser español y la libertad que yo buscaba». Tienen un grave problema los exhibidores de la bandera de Rumanía, que ya está bien de abusar del símbolo nacional de una nación amiga y leal que supo sobreponerse, después de infinitos sufrimientos, al régimen brutal y despiadado del comunista Ceaucescu, gran amigo de Santiago Carrillo, si se me permite recordarlo. La bandera de Rumanía no merece las miradas de venganza y odio de quienes portan sus mástiles. Los rumanos conforman una sociedad que ha sufrido demasiado el yugo comunista como para jugar con fuego. Y están viendo que en España, el rencor, el resentimiento y – por qué no decirlo– las ansias de venganza están vejando en las manifestaciones contra la Corona los colores de la Bandera de su Patria.
Los republicanos de la Segunda gamberrada –que derivó en una espantosa Guerra Civil– sustituyeron la franja inferior roja de la Bandera de España instituida por Carlos III –Franco no había nacido, según mis cálculos–, por una morada que representaba a Castilla cuando Castilla, como todas las regiones de España, se sentía totalmente representada en la Bandera Nacional que respetó la Primera República. Para no agraviar a otras zonas de España, los republicanos, encabezados por Cayo Lara, el coletas, Guillermo Toledo, el Gran Wyoming, los Bardem del ERE y la tía Henar, han convertido el morado en azul, entrando de lleno en los sentimientos de una gran nación europea recientemente liberada del comunismo. Tan es así, que a los manifestantes contra la Corona que se juntan entre las banderas rojas del crimen y las tricolores de hoy, se les conoce como los rumanos.
Rasgos, destellos y consecuencia de la aguda visión de Antonio Burgos, al que agradezco su hallazgo y me solazo con sus derivaciones. Bien tirado, compadre.
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