Joaquín Marco
Rusia con problemas
No estamos ni mucho menos en una nueva guerra fría con Rusia, pero casi. Los años de la URSS ya pasaron, aunque Putin los contemple con cierta pecaminosa nostalgia, pero no existen cuestiones ideológicas de fondo, ya ni siquiera con Cuba. Las presiones de los EE.UU. y de Alemania hacen temer al mandatario ruso inconfesables propósitos de descomponer la Rusia actual o, al menos, provocar un cambio de gobierno. Las sanciones de Occidente sobre Rusia, que se incrementarán, producen sus efectos. Pero estas cuestiones de orden geoestratégico preocupan menos al ciudadano ruso que el mal momento por el que atraviesa su economía entregada al consumismo. La razón principal de los problemas que sufre el país deriva de los precios del crudo, que se han derrumbado en todo el mundo por varios motivos. Los países occidentales, además, observan con recelo a la Rusia de Putin tras la crisis de Ucrania. Todo ello se ha añadido allí a una desaceleración económica que se inició entre 2012 y 2013. Rusia había crecido en los últimos años de forma acelerada, aunque casi el 80% de su economía se alimentaba de la exportación del petróleo y del gas. Putin se vio obligado a mirar hacia Asia y a llegar a nuevos acuerdos con China, aunque también la demanda de energía del gigante asiático ha disminuido. El rublo se halla y seguirá con problemas. Si en estos días se cotizaban 75 rublos por dólar, un año antes se cambiaba por 32. El euro llegó hasta los 100. El Gobierno prevé una caída del PIB del 0,8% y el país entrará oficialmente en recesión, con una inflación del 11,5% en el primer trimestre del 2015. El Banco Central tomó medidas que ya consideró muy malas para evitar las peores. El potencial ruso, pese a todo, es considerable. Los moscovitas no se fían de las medidas gubernamentales y compran mucho más de lo necesario antes de finalizar el año para sortear la galopante inflación. Está prohibido marcar los productos con moneda extranjera. Sin embargo, algunas tiendas utilizan subterfugios, dada la volatilidad del rublo que es capaz de variar varias veces su valor en una semana. El primer ministro Dimitri Medvédev recomendaba paciencia a la población y que mirara hacia delante. Pero el peligro del «corralito» a la argentina no es descartable. Rusia sufrió en 2008 otra grave crisis, pero contaba entonces con una considerable reserva de divisas y el rublo se recuperó con facilidad. También en estos días el Banco Central ha vendido dólares para rebajar la tensión. Estos problemas no quedan tan lejos en la memoria colectiva, ni siquiera la devaluación monetaria de los años noventa, tras la desmembración de la URSS. Pero se procedía entonces de una escasez que se traducía en el racionamiento de ciertos productos, mientras que ahora los rusos tienen la sensación de vivir ya a la manera europea, en un mercado de importación. Rusia ha vendido la imagen de gran potencia manteniendo incluso los gastos de una aventura espacial que los EE.UU. han ralentizado. Las desigualdades sociales, sin embargo, son considerables, así como una corrupción que va más allá de lo imaginable. Su democracia es endeble. La crisis petrolífera afecta sustancialmente a los adversarios de los EE.UU., Irán, Venezuela y Ecuador, por ejemplo. Para ello los estadounidenses cuentan con un aliado, Arabia Saudí, a quien le interesa desestabilizar su zona de influencia, especialmente Irán. Por todo ello y en escasas semanas el panorama económico mundial se ha modificado. En teoría, a corto plazo, la disminución de los precios de la energía habría de beneficiarnos (Luis de Guindos calcula un punto añadido al PIB), ya que somos un país dependiente. Sin embargo, la globalización constituye un fenómeno aún mal explorado. La Bolsa española, sobre la que existían buenas expectativas, ha perdido lo ganado en lo que va de año y la prima de riesgo, de cuyos mínimos se hacía gala, sigue creciendo. El mercado monetario, en el que el euro había logrado un suave descenso, se tambalea. Los mercados mundiales, que deseaban una bajada del precio del petróleo, observan ahora no sin preocupación sus consecuencias. Y, en primer lugar, Rusia como importante productor. Pero, como fichas de dominó, una cae sobre la próxima. Cuando nos alegramos del descenso del precio del barril de petróleo, porque beneficiaría a nuestras gasolinas, percibimos que esto no es del todo cierto. Los costes del transporte de mercancías o el amplio mercado energético, que alcanza a tantos sectores, apenas si reduce precios.
Una grave crisis global puede afectar a nuestra incipiente recuperación. Nada de cuanto suceda por lejos o extraño que parezca nos resulta ajeno. Hemos visto cómo un tren de mercancías llegaba desde Shangai hasta Madrid. Por fortuna las distancias se acortan, pero los efectos de la inmediatez resultan ya imaginables. No vivimos en una sociedad y en un Continente aislado. Por poderosa que fuera la Unión Económica Europea –que no lo es– sería incapaz de neutralizar los efectos globales que produce en Rusia el descenso del precio del petróleo. El fenómeno, en cambio, afianza de momento el poderío USA. El hecho de que en algunos comercios de los alrededores de Moscú utilicen etiquetas con precios marcados en dólares o en euros o se sirvan de fórmulas como «Pago según el curso del Banco Central el día de la compra» no pueden dejarnos indiferentes. «En los contratos los precios se pueden marcar en rublos, y también en unidades convencionales con referencia al rublo» precisaba Alexéi Nemeriuk, responsable de comercio en el Ayuntamiento de Moscú. Pero el Banco Central ha fijado la tasa de interés en un 17%. El intento de retener el ahorro en rublos, pese al aumento de su remuneración, no habría logrado evitar la huída de más de 110.000 millones de dólares al exterior. Es posible que el considerable descenso de turistas rusos entre nosotros pueda ser reequilibrado con visitantes de otras nacionalidades, pero los problemas de la zona nos afectan de pleno. Gozamos de una estabilidad inestable y no resulta sencillo predecir el futuro más inmediato. No cabe duda de que las cifras macroeconómicas nos favorecen hasta el día de hoy. Navegamos también según la dirección que sople el viento. Llegan los del Este de Europa y, por el momento, tan sólo los EE.UU. resultan inmunes. Ya no se trata de incrementar los ajustes propios, sino de acelerar el proceso de consumo. Nadie es ya ajeno a lo que le sucede al vecino, aunque éste se encuentre en el otro lado del mundo.
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