Cristina López Schlichting
S.O.S
Los «indignados» reclaman dignidad. Ramón Tamames me hizo caer el otro día en esta coincidencia etimológica. Hay más similitudes: los que dijeron «ser el pueblo» y rodearon el Parlamento el 25-S patearon el 22-M las cabezas de varios policías, porque el mismo desprecio les merecen las urnas que la seguridad del Estado. Salvajes ha habido siempre, pero cuando ciertos dirigentes políticos y amplios sectores juveniles justifican la violencia han de saltar las alarmas antitotalitarias. Dice Cayo Lara, coordinador general de Izquierda Unida: «Yo creo que lo que hay es una escalada de violencia social que está ejerciendo el Gobierno sistemáticamente y permanentemente contra los ciudadanos de este país y que está provocando que se produzcan manifestaciones». O sea, que el violento es el Gobierno. Existe una maraña cultural que difunde este concepto y no sólo en Twitter. El diario gratuito «20 Minutos» titulaba sobre los sucesos de la manifestación por la dignidad: «El ministro del Interior amenaza con endurecer la respuesta policial». Amenaza, el ministro. Líderes sociales como Pablo Iglesias, que se presenta a las elecciones con un nuevo partido llamado «Podemos», reclaman el final del sistema democrático europeo de partidos y la implantación en España de un régimen bolivariano al estilo de Venezuela. A mí me lo ha dicho en 13TV, ahí están las grabaciones. Este señor, que se reputa continuamente de ser catedrático –es una paletada impúdica recordar los títulos académicos que tenemos– influye en miles de jóvenes. Los pacíficos se incorporan a sus peligrosas ideas, los violentos la emprenden a golpes con la Policía, que es el último eslabón del sistema de Derecho al que insultan. El resultado es una creciente multitud de poca edad que desafía nuestro orden político –el «bipartidismo obligatorio» lo llaman con asco– y que comulga con ideas que recuerdan peligrosamente a las de Adolfo Hitler: el pueblo (Volk) es el poder y su legitimidad está en las calles y no en el Parlamento; las algaradas y la violencia son aceptables. Es una involución alarmante hacia los primeros años del siglo XX. Yo sé que escribir en los periódicos apenas sirve de nada en España y que muy pocos políticos arrancan una página para meterla en la agenda, pero es mi deber expresar que corremos el riesgo de volver a la dictadura. Flaco ejemplo hemos dado al no emitir siquiera una alabanza parlamentaria común en honor del propulsor del consenso, Adolfo Suárez. Desde aquí llamo a Rubalcaba y a Rajoy a convocar a los elementos de la Transición e intelectuales de todos los colores para reclamar como sea el valor del parlamentarismo, las instituciones democráticas y la paz.
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