Luis Alejandre
Santa Bárbara, cuando truena
Hoy, jueves 4 de diciembre, mineros, artificieros, petardistas, barreneros y todas las valientes gentes que utilizan los explosivos como herramienta, recuerdan a Santa Bárbara como su patrona. Con ellos nuestros queridos artilleros, que este año –además– celebran el 250 aniversario de la creación de su «casa cuna», de un centro de enorme prestigio como es la Academia de Segovia, la escuela de enseñanza militar considerada como una de las mas antiguas del mundo. Entre los algo mas de 16.000 oficiales y suboficiales salidos de sus aulas en estos años, hay de todo ,señala su Director el entusiasta y dinámico general Sanz y Calabria: «héroes, pero también magníficos matemáticos, industriales y politécnicos. Son ,por ejemplo, los padres de la Formación Profesional en España». Yo añadiría que de Segovia saldrían cientos de profesionales que difundieron su valor y saber por medio mundo, tanto en tierra como embarcados. Son los que defendieron nuestras plazas de América y nuestras costas; los que fueron definitivos en Bailen; los que fundieron bronces y aceros en las fábricas de armas de Sevilla, Barcelona o Trubia; los que hicieron de la física, las matemáticas y la química constante elemento de estudio y aplicación práctica.
Hoy «se acuerdan de Santa Bárbara» no como reza el dicho popular , que relaciona a la Santa con el peligro de las tormentas y con el riesgo siempre imprevisible del empleo de los explosivos o de su desactivación. Bien lo saben los «tedax» de la Policía y de la Guardia Civil; bien lo saben los equipos de desactivación de explosivos del Ejército que han levantado campos de minas en Afganistán o en Bosnia. ¡Cuántos han pagado con sus vidas las bombas trampa que tendía ETA en aquellos años de plomo o los indefinidos e inseguros artefactos encontrados en misiones realizadas en el exterior!
Pero no sólo recordamos a Santa Bárbara junto a estas gentes a las que reconozco un mérito enorme. Porque truena nuestra España, sacudida por varias borrascas morales que se suceden día a día, sin saber cuando van a escampar. Es como si se haya instalado sobre nuestra sociedad una profunda depresión, de la que –desde luego– no nos sacará Santa Bárbara, sino que tendremos que hacerlo nosotros con nuestro esfuerzo, con la entereza moral que hemos sabido encontrar en otros momentos.
Truena de dolor la ribera del Manzanares en Madrid, donde no sólo dos grupos de fanáticos se citan para destruirse, sino que ninguno de ellos –amigo o enemigo– es capaz de reaccionar ante el peligro de muerte inminente de uno de ellos arrojado al agua del rio. Alcanzo con esfuerzo a comprender , el reto, la bravuconada, un mal entendido sentido del amor hacia un club deportivo, la espiral de insultos, el odio acumulado en anteriores encuentros. Pero no cabe en mi cabeza que se sea tan cobarde para no saber reaccionar ante el peligro de muerte de uno de ellos, de un ser humano como ellos .¡Y a esta gente los tenemos entre nosotros!
Truena en nuestra España, sin distinción de regiones, colores políticos o generaciones, una espiral de corrupción, que aunque no venga de ahora, hoy nos llega a diario. Por una parte tranquiliza ver como el Estado de Derecho responde, aunque sea lentamente. Pero por otra, emerge toda una corriente desmoralizadora, donde confluyen las informaciones de desfalcos millonarios con las menguadas rentas con las que subsiste parte importante de nuestra sociedad. De esta desmoralización sale una generalización hacia nuestra clase dirigente, el «todos son iguales» o «todos roban» –lo que no es cierto– y una falta de confianza en nuestras Instituciones. Porque los que han robado no solo han hecho un daño físico, sustrayendo fondos públicos, dineros de todos. Han hecho su mayor daño extendiendo un manto de desconfianza, de insolidaridad, de vergüenza. Y ya se sabe: con bajas presiones, borrascas. Enseguida aparecerán quienes pretenden pescar en las riadas revueltas y desbordadas que producen las intensas lluvias; quienes en lugar de limpiar los cauces de los ríos, destruyen sus puentes; quienes prefieren que las aguas se pierdan en el mar, a ser recogidas en presas y pantanos.
Menos mal que , como segunda cara de la misma moneda, tengamos otra España. A todos nos emociona el esfuerzo solidario de parte de una sociedad sensible a la llamada de Caritas y de otras instituciones, llenando los bancos de alimentos, intentando paliar en lo posible el continuado esfuerzo de muchas familias a las que la crisis ha sacudido de forma grave. Amortiguan los focos de malos ejemplos que surgen en el propia Iglesia; los canallescos intereses que hay tras algunos desahucios de viviendas; las faltas de sensibilidad social de algunas entidades que luego pueden repartir suculentos beneficios a sus asociados.
Dicen, Santa Bárbara, que tras la tempestad viene la calma. ¡No nos dejes!
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