José Antonio Álvarez Gundín

Sardana de Guinness

Lo peor que le puede suceder a un dirigente político es que la gente se lo tome a chufla. A Artur Mas nadie serio se lo toma en serio. Provoca cierta vergüenza ajena incluso entre los catalanistas más benevolentes. Da la imagen de un vendedor de paños arruinado. Nadie le dejaría las llaves de su coche. No inspira respeto. Y su «cadena humana» de hoy, tampoco, como si en realidad fuera uno de esos intentos bobalicones de entrar en el Libro Guinness de los récords organizando la sardana más larga del mundo. Es lo que pasa cuando se carece de autoridad moral, que hasta una marcha independentista, al adolecer de tensión dramática, se convierte en un «happening» de domingueros, un día de campo en el que hacer terapia de grupo y liberar estrés. Nadie que se respete a sí mismo cae en el bochorno de comparar la marcha de Martin Luther King con la «sardanada» patrocinada por TV3. A Mas sólo le faltó añadir que, encima, en la de Washington todos eran negros. No se extrañen los separatistas, por tanto, si el resto de los españoles observa con tedio esta ceremonia de banderolas, hurras y arrebatos nacionalistas a pie de carretera buscando un destino a lo Forrest Gump. Tanta liturgia separatista ya no produce en las demás comunidades irritación o angustia, sólo un hastío y un cansancio infinitos. Dicen en Londres que los escoceses negaron a los ingleses la posibilidad de votar en su referéndum independentista porque entonces lo ganarían de calle. Pues aquí vamos camino de lo mismo. Si Oriol Junqueras fuera un lince, que no lo es pese su estatus de especie protegida, ampliaría su punto de vista y exigiría que el referéndum del «derecho a decidir» se hiciera en toda España. A lo mejor arrasaba. En todo caso, no harían tanto el ridículo.