Alfonso Ussía

Se sabía

La Razón
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Después de la conversación grabada en una cafetería del barrio de Argüelles de Pedro Sánchez con ese muchacho de Évole, tan admirado por Pedro Ruiz, se entiende la reacción del PSOE ante el golpe de Estado que preparaba el suplente del equipo de baloncesto. Las cosas en España son así y así suceden. Que una persona de una elementalidad pasmosa alcance el poder de un partido con más de 130 años de existencia, con sus luces y con sus sombras. No precisa ya Pedro Sánchez viajar por España. La televisión consigue en menos de una hora más que un año conduciendo por las carreteras nacionales en pos del cariño de los militantes. Margarita Robles lo ha resumido en dos palabras. Le emocionó la sinceridad de Pedro. En España no tenemos memoria. Y lo que queda de la mía me anima a recordar el nefasto paso de Margarita Robles por el ministerio del Interior. Aquella ocurrencia de Belloch lesionó el espíritu de la Guardia Civil y la Policía Nacional. Lo dijo un general de la Benemérita, ya retirado. «Cuando nos hablaba, no sabíamos si estaba con nosotros o con ellos». Ellos eran aquellos. Margarita Robles, como la heroína Zaida Cantera, se autoproclama independiente. Nadie puede discutirle su escaño, regalado por Sánchez, el kilométrico. Pero un PSOE en trance de recuperación social, identitaria y anímica, no erraría si dispusiera que la veterana juez arbitraria y la hermosa exmilitar acosada por un superior en tiempos de Carmen Chacón al frente del ministerio de Defensa, mudaran sus respetables traspuntines a los escaños del Grupo Mixto.

Pedro Sánchez había pactado su Gobierno. Ha manifestado que defiende la estructura nacional de Cataluña. Que se equivocó alineando a Podemos en el populismo. Que el PSOE y Podemos, es decir, la Constitución y su derribo, están obligados a ir de la mano. La ira de Rufián, la ira de Iglesias y el blando desconcierto de Homs, son consecuencias de los pactos secretos de Pedro Sánchez. Tenían los diputados suficientes para obligar al Rey a designarlo como candidato a la presidencia del Gobierno. Contaba con el apoyo de Bildu, las Mareas, la carabina de Ambrosio y el coño de la Bernarda. Pero todo se fue al traste. El PSOE de hoy no es el de 1934, año de su golpe de Estado revolucionario. El PSOE de hoy, en su mayoría, es un partido de izquierdas amparado por el discutible pero existente influjo de la socialdemocracia europea. El PSOE de hoy es un partido que defiende la Constitución y da por buena –con excepciones–, la reconciliación de las vetustas y destruidas dos Españas. El PSOE de hoy no es el de Pedro Sánchez, al que en Podemos no lo admitirían, no por distancias ideológicas, sino por carencias de inteligencia y oportunidad políticas.

Sánchez se ha destripado a sí mismo. Ha reconocido lo que ya se sabía. Estaba dispuesto a gobernar España con el apoyo de los que odian a España y la benevolente caricia de los tibios. Recupero la frase de Arthur Baer: «Nació tonto y tuvo una recaída». Tengo a bien recordar que Arthur Baer falleció con antelación al primer zollipo o gimoteo de Sánchez.

Ahorre en esfuerzo y carburante. Elimine de su futuro el enigma de las curvas. Hay un PSOE que no admite entregarse al resentimiento. El PSOE puede perder, como el PP, las elecciones, pero no es un partido perdedor. El grupo de Sánchez, que terminará en grupete, buscaba otra cosa en su pacto de Gobierno. Buscaba presidir el futuro de España apoyado por quienes sólo desean su fraccionamiento y destrucción. Se sabía. Él lo ha confesado en la cafetería del barrio de Argüelles.

El golpe de Estado contra España y su disolución ha fracasado. Y estamos en deuda con el PSOE mayoritario. Ahora sólo nos resta reconocerlo y agradecer su incomodidad con un aplauso constitucionalista. España de derechas o de izquierdas, pero siempre España.