Reyes Monforte

Sencillez

Sencillez
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El padre droga a su hija, la madre la asfixia y los dos acuerdan fríamente abandonarla en una cuneta o en un descampado. Así de sencillo. De puro sencillo, duele. Esa sencillez doliente es lo que sucede en el asesinato de la niña Asunta. Y la verdad, no se entiende, no cabe en cabeza humana bien amueblada. Siempre tendemos a imaginarnos la crueldad de manera más enmarañada y maquiavélica. Quizá es que tengamos una sobreexposición a las series americanas, pero todo este asunto parece demasiado sencillo. Se habla de autopsia incompleta, de sospechas, de una muestra de semen, de posibles terceros, pero el levantamiento del sumario no nos ha mostrado pruebas lo suficientemente concluyentes que, en definitiva, nos guste o no, son las que condenan a un acusado. Pero para eso está el juicio y no el sumario de Taín. Ahora queda un largo camino para que se muestren esas pruebas en el juicio, que es donde se tienen que mostrar. Recordemos que lo único nuevo en todo este nauseabundo caso es que el juez ha levantado el secreto del sumario para ambas partes y como suele pasar – al menos que el ministro Ruiz-Gallardón consiga lo que persigue con la modificación de la ley de enjuiciamiento criminal–, nos hemos enterado todos. Falta el juicio, el trabajo de la defensa y el de la acusación. Se promete una historia larga y penosa, algo muy contrario a lo que debe ser la justicia. Demasiado complicado para un crimen que se antoja tan sencillo. No me gustaría ser juez de instrucción. Tampoco me gustaría tener que exigir mi presunción de inocencia. Ahora que lo pienso, no me gusta nada de este caso.