Restringido

Ser rico sin tener un duro

Si el Gobierno decidiese vender obras del Museo del Prado para pagar una parte de nuestra deuda –un supuesto improbable–, mejoraría la situación financiera, pero nos haría más pobres. Hasta ahí, creo que estamos todos de acuerdo. Eso sí, nos aseguraría un rico debate sobre el papel del arte en la construcción de un mundo mejor –conclusión enternecedoramente optimista– y sobre aquello a lo que un país no puede renunciar ni aunque esté en la ruina. Dicho de manera rápida: ese conjunto de saberes que denominamos cultura. Por toda Grecia se diseminan ruinas de su época clásica, pero nadie ha propuesto –públicamente por lo menos– su venta. Conscientes de que su pasado es de lo poco que les queda, han ofrecido alquilar la Acrópolis y el Partenón para uso publicitario. En las grandes obras de arte no sólo se quiere ver el genio de su creador, sino la expresión del espíritu de un pueblo, teoría esta última fácilmente rebatible. Detroit, cuna de la industria norteamericana del automóvil, se ha declarado en bancarrota y se está planteando pagar 13.500 millones de euros de deuda con la venta de obras de Caravaggio y Van Gogh. ¿Vendería con ello Detroit su alma? Probablemente, no. Pero ¿y si con ello consiguen mantener abierto un hospital? No es una mala causa. Después de todo, Caravaggio vivió huyendo de la justicia acusado de haber matado a un hombre y, al parecer, él mismo murió envenenado. Y Van Gogh sólo vendió un cuadro en vida. No seamos escrupulosos: el arte, además de espíritu, es dinero. En Londres –con menos complejos morales cuando hablan de dinero y de su arrogancia colonial– han puesto a la venta la estación de metro de Brompton Road, cuyo edificio era utilizado por Churchill como cuartel general durante la II Guerra Mundial, la misma que él consiguió no perder para bien de todos. Dinero fresco para poder seguir sacando su flota a pasear, desde Afganistán a Gibraltar.