Alfonso Ussía
Servilletas
He leído un formidable artículo de Carlos Toro sobre la importancia que han tenido las servilletas de papel en las contrataciones futbolísticas. Que una servilleta de papel firmada se respeta más que un contrato, y que el mundo sería mejor si a la hora de alcanzar el acuerdo definitivo, se reclamara la presencia del camarero en lugar de la del notario. Mi única experiencia al respecto fue decepcionante. Acompañado de Juan Guerrero –que se quedó con la servilleta–, en el salón abovedado del Hotel Negresco de Niza, me reuní con Boskov durante la campaña de mi candidatura a la presidencia del Real Madrid. Boskov escribió en la servilleta los nombres que a su entender sobraban y los que querría tener en el equipo en el caso de que se produjera nuestra victoria electoral. Y firmó la servilleta. Días más tarde, por una notable cantidad de dinero a cambio, dinero proveniente de mi amigo y adversario Ramón Mendoza, Boskov anunció que se quedaría en la Sampdoria. Con simpatía me traicionó. Pero ahí está todavía la servilleta firmada en poder de Juan Guerrero con espíritu de contrato incumplido.
Pero las servilletas de papel también han servido para los negocios, y sobre todo, para la poesía. Me sorprendió en Amberes que en el club más selecto de hombres de negocios, no sólo las servilletas, también los manteles, eran de papel. Allí hacían sus cuentas y se rectificaban ofertas y demandas, y al finalizar el almuerzo, los comensales se llevaban los manteles para mantener la confidencialidad.
Gracias a la paciencia y agilidad –en aquellos tiempos–, de Camilo José Cela, Manuel Alcántara, Mariano Povedano, José Antonio Medrano, Jaime Campmany, Antonio Mingote y compañía, se pudo recopilar la obra del gran poeta festivo «Manolito el Pollero», que escribió todos sus poemas en servilletas de papel, que después de leídos y celebrados, dejaba caer al suelo entre colillas de cigarrillos y cáscaras de gambas y camarones. Sus amigos recogían los poemas del Pollero y Cela publicó en los «Papeles de Iria Flavia» su talento recopilado con el título de «Silva, Grillera y Cigarral de Manolito el Pollero», así denominado por ser el propietario de una pollería de varias generaciones, fundada por sus bisabuelos Manuel Sanz y Juana Matas en el número 30 de la calle de Tetuán, antes Negros, de Madrid. Manolito, Manuel Fernández Sanz, fue declarado pródigo a petición de su familia, porque todo lo que ingresaba en la pollería se lo fundía en las tabernas capitalinas con generosidad y alivio. Así que llegaba con sus amigos, y elegía a su capricho la consumición de cada uno sin preguntar gustos y apetencias. «Para don Camilo, un oporto, para don Mariano, una caña bien tirada y para don Manuel y para mí, ginebra con tónica».
Y del suelo recogieron la servilleta con el poema del niño y las ranas. «Al pasar junto a la charca/ el niño me preguntaba:/-¿Qué son las ranas?/ -Pues mira niño, las ranas.../ -¿Y por qué saltan?/- Pues mira niño, las ranas.../ -¿Y por qué cantan?/-Pues mira, niño, las ranas.../ -¿ Y por qué nadan?/ ¡Y no tuve más remedio/ que tirar al niño al agua!». Del suelo recogieron, síntesis luminosa, su prodigioso villancico: «Cuando con los otros niños/ en Belén jugabas Tú,/ ¿sabías o no sabías/ que eras el Niño Jesús?». Y ese final de su «Mañanita de Traperos y Albañiles»: «Se escalonan los añiles/ de las claras. Calle abajo,/
Desfilan los albañiles/ hacia el tajo./ Peina el viento/ el bisoñé ceniciento/ del viejo-verde Madrid».
Ni en el fútbol ni en la poesía hemos perdido las servilletas de papel. Pero sí la seriedad y el talento.
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