Alfonso Ussía
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Siempre que la Navidad se acerca, surgen problemas en no pocos colegios y escuelas por imposiciones musulmanas. En Castellón, en Madrid, en Barcelona... El buenismo idiota y el sometimiento al papanatismo «progre» de muchos directores de colegios nos traen esta mala cosecha. Y la cobardía de los padres de los alumnos españoles, que prefieren el silencio cómodo a la protesta. En un colegio de Castellón, con un 95% de estudiantes españoles, se han prohibido los mensajes y los símbolos del cristianismo en sus aulas con motivo de la Navidad. Un grupo reducido de mujeres con velo ha exigido a la dirección del colegio -y el colegio ha obedecido- la ausencia del Nacimiento. Habría que explicar a estas fundamentalistas musulmanas que la Navidad es una fiesta cristiana. Que en la Navidad nace Jesús, el Hijo de Dios. Que España es una nación con una antiquísima y enraizada fe cristiana y católica. Que en el Portal de Belén no tienen sitio ni Alá, ni Mahoma. Que viven y han elegido España para vivir, y ello no les procura el derecho de imponer sus furibundas ideas en contra de una simbología tan austera, tan sencilla y tan maravillosa como la del Nacimiento de Jesús. Que esta soberbia viene de la estúpida política de concesión a quienes, sólo por el hecho de vivir en España, tienen el deber de respetar las tradiciones de la nación que los acoge. Para millones de españoles, Dios nació en Belén y el 24 de diciembre es la Nochebuena, la noche santa del milagro. Y el 25, el día de la Natividad, del nacimiento del Salvador. Se reirán muchos con estas apreciaciones tan elementales, pero no hay otros argumentos. Curiosamente, los laicos, los agnósticos y los que presumen de lejanías cristianas celebran la Navidad. Y lo hacen por sus hijos y por sus nietos, que no tienen culpa alguna de las mamarrachadas imperantes en la actualidad. Nada menos agresivo que el conjunto del Misterio. Iconografía de paz y de amor. Una mujer, María; un hombre, San José; una mula, un buey y un niño recién nacido. ¿A quién se ofende? ¿Quién puede manifestarse escandalizado ante tan simple y prodigiosa acuarela? ¿A quién daña, humilla o provoca?
Ese Niño representa la paz, y no la guerra. Ese Niño representa la humildad, no la codicia y el poder económico. Ese Niño representa el amor, no el odio. Ese niño representa el perdón, no la venganza. Y ese Niño, desde su pobreza, representa la armonía, no la intolerancia. En ese punto de la simpleza intelectual, la que ahora se desahoga en mí, hay que preguntarse: ¿Por qué molesta tanto que los niños vean al Niño, que le canten al Niño y que adoren al Niño?
Parece ser, que en un alarde de generosidad, las madres musulmanas han concedido al colegio el permiso de instalar un árbol de Navidad. Un precioso árbol adornado que nada tiene que ver con la tradición cristiana, pero que la costumbre ha establecido como complemento simbólico de la Navidad.
El respeto por otras religiones y creencias está garantizado en España. Lo garantizamos los que formamos la realidad de España. Pero no tenemos garantizado el respeto a nuestras creencias y costumbres. Todo para ellos y nada para nosotros. Poco a poco, con el conveniente silencio de nuestras autoridades, vamos perdiendo nuestra orientación a Belén y nos escoramos, brutalmente agredidos, hacia los confines de La Meca. España es cristiana, y celebra el Nacimiento del Hijo de Dios. No vamos a permitir la intolerancia de los que hemos recibido con los brazos abiertos. Que nos respeten. Y si no, que se vayan. Con nuestro afecto y cortesía. Pero que se vayan los que no saben respetar lo que respetan y adoran aquellos que supieron acogerlos.
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