Manuel Coma
Siempre al ataque
«Soldier's soldier» es una bonita expresión inglesa que me recuerda a los aficionados mexicanos gritando en la plaza «torero, torero». Nada más halagador que lo vitoreen a uno diciéndole que es lo que es de cuerpo entero, de la cabeza a los pies. Así fue Ariel Sharon como soldado, que como otros conmilitones suyos dobló su carrera en las armas con otra no menos brillante de político. Vivió y dio vida a toda la historia de Israel y a sus fuerzas armadas desde el nacimiento del Estado en 1948, aunque desde enero de 2006 con «mínima consciencia». Su calidad como militar nadie se la niega. La otra mitad de su ser fue la de un apasionado sionista, otros dirán que fanático. Figura controvertida donde las haya, tuvo enconados críticos y enemigos en Israel, aunque al llegar su anunciada muerte el sentimiento general en el país es el de gran tristeza por la pérdida del único personaje que, quizás, al final de su vida, hubiera podido encontrar algún tipo de solución al existencial problema con los palestinos. Éstos y los árabes tienen obvias razones para alegrarse de su desaparición y le correspondían en el profundo desagrado que él les profesaba.
Era un judío sabra, es decir, nacido en Israel, en el 28, de padre germano-polaco (su verdadero apellido era Scheinermann) y madre rusa. Con veinte años, este paracaidista mandó una compañía en la guerra de independencia y al año siguiente, en el 49, era ya comandante. En la guerra de los seis días, en el 67, era general de división y jugó un decisivo papel en el Sinaí. En el 73 , en la guerra del Yon Kippur, estaba ya en la reserva, pero su actuación, cruzando el canal de Suez, fue decisiva.
En todas sus facetas, su personalidad fue la de un animal de ataque. Ante cualquier obstáculo ése era su instinto básico, furioso: atacar, poniéndose al mundo por montera, si le hacía falta, lo que lo convertía en un personaje incómodo, difícil de tratar y lo que le llevó a algunas graves manchas en su historial, como la de Qibya, pequeña ciudad jordana próxima a la frontera, en la que en el 53 murieron 69 civiles víctimas de una represalia por ataques terroristas o a mucha mayor escala en el 82, en la invasión de la mitad sur del Líbano, por él promovida y mandada, cuando permitió que una facción armada cristiana masacrara a centenares de palestinos en Sabra y Shatila, en Beirut.
En la última etapa de su vida, como primer ministro desde 2001, se convenció de que para asegurar su futuro Israel tenía que dejar fuera a los palestinos. Contra viento y marea se retiró de Gaza, produciendo un terremoto en su partido, y se supone que su intención era hacer lo mismo respecto a los territorios de la orilla occidental.
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