Julián Redondo

Silencio, gran final

Es norma de Mourinho halagar al contrario si le derrota; así magnifica el valor de la victoria. Antes del partido, la táctica es diferente, suelta unas avispas para calentar el ambiente. Es capaz de desestabilizar a un tipo entre trascendental, místico y meditabundo como Guardiola, que llegó a dedicarle este piropo: «Es el puto amo». Cuando el 20 de abril de 2011 ganó la Copa al Barça, no le regateó elogios. En ocasiones precedentes y posteriores, cuando perdía o intuía el desastre, dudaba incluso de la legalidad de los títulos obtenidos por idéntico adversario. Y a Guardiola, habitualmente respetuoso y comedido, se le retorcía el colmillo si contra Mourinho pintaban bastos. Se asombró de la agudeza visual del asistente de Undiano Mallenco al señalar un fuera de juego de Pedro, que lo era, aunque sólo por unos centímetros, «pero había que afinar para indicarlo».

El próximo 19 de abril, el Barça y el Madrid se encontrarán otra vez en la final de Copa y posiblemente en Mestalla. El «atrezzo» es distinto. Ancelotti, un caballero, ocupa el banquillo madridista, y el azulgrana, Martino, otro técnico que, salvo cuando opina de la «operación Bale», se expresa con una sensatez admirable. Son previsibles los juegos florales en lugar del intercambio de venablos. En año de Mundial, no será necesario que Casillas telefonee después del lance a Xavi para rescatar el buen rollo que la Selección requiere, de ahí los tres titulazos de «La Roja». Es más, si el Madrid progresa en su juego –margen tiene– y el Barça no baja el escalón que subió en Anoeta, Del Bosque y España lo agradecerán. El Sábado Santo de los dos grandes, que ojalá lo honren, augura más fútbol que polémicas. A priori.