Paloma Pedrero

Sin techo, sin compasión

Hace unos días un chico polaco de veintitrés años murió en un albergue de Sevilla. Pesaba treinta kilos, el peso de una niña en un cuerpo de hombre. Unas horas antes había acudido a un gran hospital de esa ciudad. Le trataron los médicos, no sé de que manera, y por la noche le dieron el alta. Como no podía caminar, ni tenía familia ni techo, del hospital llamaron a los Servicios Sociales, que fueron a buscarlo y le trasladaron a un albergue para personas sin hogar. Cuentan que por la mañana desayunó, muy mal, imagino. Al mediodía lo encontraron hecho un ovillo en el sofá del centro, muertecito y solo. Cuántas preguntas se agolpan en mi cabeza después de leer esto. ¿Por qué dieron el alta en el hospital a un hombre desnutrido y enfermísimo? ¿No pudieron esperar a la mañana siguiente para ver la evolución? ¿No es de una crueldad sin límites trasladarlo de noche del hospital a un albergue? ¿Nadie se dio cuenta de su agonía? ¿Murió sin un lamento? ¿Ninguno le escuchó respirar o no respirar? ¿Quién era ese muchacho al que nuestro país le tenía preparada una muerte sin compasión? No lo sé. No lo sabemos. Pero ningún país que se denomine avanzado, que tenga un sistema sanitario organizado, que esté lleno de mercados repletos de todo tipo de alimentos, puede justificar esta barbarie. Cuando un ser humano está quebrado, desnutrido, y es ingresado en un hospital, sea de donde sea, tenga papeles o no, hable chino o catalán, hay que curarlo. Y a este chico lo sacaron para morir. Espero que haya gente de bien que indague y pida respuestas. Yo, y muchos otros, queremos defenderlo.