Alfonso Ussía

Síndrome gótico

Tengo para mí, y se trata de un simple juicio de valor, que el Presidente de los Estados Unidos, señor Obama, aún no se ha repuesto del choque anímico y psicológico que le produjo la visita de la familia Zapatero a la Casa Blanca. Mi confidente en Washington, digno de la mayor credibilidad, me asegura que padece un «síndrome gótico» de lo más preocupante. Que duerme mal, que habla consigo mismo en voz alta, y que ha adelgazado más de lo previsto por sus médicos de confianza. Mi inolvidado maestro, Santiago Amón, aseguraba que la enajenación mental de una sociedad se medía por el porcentaje de viandantes que deambulaban por las calles conversando con ellos mismos. Nos sentamos una tarde de mayo en el «Portosín» – ya clausurado–, de la calle de Serrano y el porcentaje de zumbados en calle tan exclusiva y aparentemente lejana a los problemas económicos, resultó desolador. De cada cien paseantes, ocho hablaban solos, y de ese ocho por ciento, tres eran mujeres y cinco varones. Entre los varones, un policía municipal, lo cual nos alarmó en exceso. Cuando viajo, que cada día que pasa me causa mayor pereza, me entretengo con tan interesante «test» psicológico. En un café con amplias cristaleras de Reijkiawik, el ocho por ciento de la calle madrileña fue ampliamente derrotado. De cien islandeses que pasaron junto al local, catorce se comunicaban con sus propias orejas mediante sonoras peroratas. Y en Moscú, en la comercial calle Arbat, la marca islandesa fue superada con facilidad. Veintitrés rusos de cada cien se regañaban a sí mismos. Porque el ruso, cuando habla solo, se regaña.

Algo de esto le sucede a Obama. Pocos entienden el peligroso paso que nos ha obligado a dar a todos los occidentales estableciendo un acuerdo nuclear con Irán, que es uno de los socios menos recomendables del mundo. Se entiende la alarma y la preocupación que se han extendido por Israel, la única democracia civilizada de Oriente Medio, y a la vez, la muralla que se defiende a sí misma para extender su defensa a todas las naciones civilizadas. No creo que pueda ser considerado ni prudente ni acertado alcanzar un acuerdo nuclear con una nación cuyo fundamental objetivo es la exterminación del Estado de Israel. Más aún cuando las palabras de Obama al comentar el alcance de tan arriesgado pacto han sido las que siguen: «Si Irán incumple el acuerdo y nos engaña, todo el mundo se enterará». Pues no, señor Obama. No se enterará el mundo de nada. No nos dará tiempo. Si Irán incumple el acuerdo nuclear, antes de que el mundo libre y civilizado se entere, habrá sido reducido a añicos.

Ese optimismo confiado de Obama me recuerda al de mi viejo amigo Maurithius Collman, que se casó con la mujer más atractiva y bella del Reino Unido, Agnes Stratton. Acudí a su boda en Surrey, que se celebró en la capilla y el castillo de Black-Hill Abbey, propiedad de los Collman. Puedo asegurar y aseguro que jamás vi una criatura tan estallante y cautivadora como aquella novia. Maurithius no cabía en su gozo y presunción, y dada la equivocada estructura facial y corporal de mi amigo, me atreví a sugerirle la posibilidad de que aquella belleza de mujer se la pegara con otro. Pero, como Obama, había asumido el riesgo con enorme coraje. «Si alguna vez me engaña con otro hombre, os enteraréis inmediatamente todos mis amigos». Maurithius era así. Un hombre para el que la amistad era lo más importante del mundo. De sus cuatro mejores amigos, tres eran ingleses y yo, el adorno español. Freddy Hampton, Bobby Stram y Gussie Randford. Se cumplió su vaticinio y su promesa. Tres de sus cuatro mejores amigos fueron los primeros en enterarse de las infidelidades de Agnes, por cuanto los tres se acostaron con ella. Se enteraron al momento. El cuarto, alejado en la tibia y maravillosa España se enteró con tardanza por una llamada telefónica del engañado, que se tomó los cuernos con muy británica deportividad. «Oye, que Freddy, Bobby y Gussie han hecho alguna travesura con Agnes. Sólo faltas tú. ¿Vienes por tu parte o te mando el billete?».

Una contrariedad particular que no puso al mundo en peligro. Otra cosa es lo de Obama con su peligroso pacto con el régimen sanguinario de la república islámica. Irán ya no es Persia, es el Islam. Y el Islam sólo desea que Israel desaparezca del mapa. Se comprende el estupor hebreo. Y el de millones de personas en los Estados Unidos y el resto de la civilización judeocristiana occidental. «Si Irán nos engaña»... Puede darlo por descontado. Engañará. Traicionará e incumplirá todo lo firmado en tan extravagante acuerdo. Pero de consumarse la sospecha, el mundo no tendrá la oportunidad de saberlo.

Y Obama, que ya no será el Presidente de los Estados Unidos, tampoco se enterará.

Israel ha pasado a ser nuestro hermano mayor. Porque a ellos nadie los engaña. El «síndrome gótico», que ha hecho estragos en la Casa Blanca.