Alfonso Ussía

Sultana

La Razón
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Superado su período de baja por maternidad, ha vuelto a su despacho de San Telmo Susana Díaz.

Entiendo que la perspectiva desde Madrid no es la misma que desde Andalucía, pero a este que firma, la Presidenta de Andalucía le cae muy bien por una razón poderosa. Es una socialista que tiene muy claro el concepto de España. Es la única dirigente del socialismo español con capacidad de enfrentarse a esa frívola caricatura de Zapatero que hoy manda en el PSOE. Nada hay de folclórico en lo que me dispongo a escribir. Andalucía es un mundo aparte. Ese mundo aparte, que junto a Cantabria, me regala el permanente deseo de estar ahí. Nadie en España vive, siente y escribe como los andaluces. Su aparente desidia es una consecuencia estética de su sabiduría. Saben encerrar en una frase el océano y en un epigrama la sierra y la dehesa. Se mueven con sus paisajes a las espaldas, y sus políticos son tan frescos como los del resto de España –con sus excepciones, claro está–, pero ejecutan los «manguis» y los «trinquis» –El Beni de Cádiz y Antonio Burgos–, con el desahogo de la simpatía. También hay una Andalucía terrible y sectaria, populista y necia, pero menos desagradable que la del resto de España. Le preguntaron a la chica de «Podemos» por sus preferencias para los pactos. ¿Pactaría con el PP o el PSOE?, y la respuesta se sabía, pero no su vestido. «Mejor el susto que la muerte». Y se fue, como se van los andaluces, airosamente. Hasta su novio, el «Kichi», Alcalde extravagante de Cádiz, se atrevió a defender a don José María Pemán cuando algún asno del Ayuntamiento de Jerez insultó y humilló al gran escritor gaditano. «El Kichi» será más peligroso que una avispa africana, pero llamó por teléfono a los Pemán para ponerse a su disposición y lamentar las burradas de su colega jerezana.

Superada la Venta de Cárdenas, donde «Casa Pepe» impera, se llega a Andalucía por la carretera de Madrid. Algo más allá está La Carolina, con sus andaluces rubios, descendientes de soldados invasores o aliados. Allí, según dicen los cronistas enamorados de las fantasías, las tropas de Napoleón presentaron armas ante el panorama del primer paisaje de Andalucía. En plena Sierra Morena, que es la sierra de mis amigos y mis ilusiones. Nada es igual dentro de Andalucía que fuera de Andalucía. Su toponimia es poesía, como su tierra y sus gentes. Y en Sevilla, la ciudad de la medida y las distancias, la crítica política por severa que sea, que lo es, se nutre de ingenio y pierde el porcentaje de aburrimiento de otros predios hacia el norte.

Con todos sus defectos, que son muchos y algunos de ellos aún escondidos, la presidenta de Andalucía es una patriota y una defensora a ultranza de la Constitución que nos dimos los españoles con una mayoría abrumadora. En nada se parece al mediocre jugador de baloncesto que hoy manda en el PSOE del resto de España – en Andalucía no le hacen ni caso-, y que está llevando al socialismo español a la desvergüenza, el límite de la traición y la deriva hacia el acantilado del populismo o del separatismo. Me permito, por ello, recomendar que sea respetada Susana Díaz, la única socialista capaz de hablar de España y de la Constitución sin complejos, camuflajes y empanadas mentales. El futuro de España pasa por un leal pacto de Estado, al que habrían de sumarse los partidos emergentes responsables. Pero ese pacto, entre el liberalismo y el socialismo, resulta imposible mientras el PSOE esté en manos del «hermoso líder hueco», como le llama una conocida socialista de altas responsabilidades pasadas.

España no es moneda de mercaderías políticas ni de intereses privados. España está por encima de todo y de todos. Y eso lo defiende la socialista andaluza, o al menos, así lo interpretamos desde la distancia y el aburrimiento de Madrid.