Paloma Pedrero

Talento

Sí, yo creo que nacemos con cierta predisposición a hacer unas cosas mejor que otras. Incluso a mostrar verdaderos dones en la más tierna infancia. Mi hija, por ejemplo, desde que era un bebé se orientaba con una facilidad asombrosa. Sin embargo, eso del tiempo no había forma de hacérselo entender. Día sí, día no, me preguntaba: «Mamá, ¿cuándo es mañana?», intenten explicarle eso a un niño y verán. Yo era una cría sin talento alguno. Si no hubiera ido a un colegio de pago no habría acabado el bachillerato. Pero se obró el milagro. En COU me enamoré por primera vez y una luz se encendió en mi cerebro. Ah, merecía la pena vivir, hasta estudiar era interesante. El amor incondicional y único que sentíamos el uno por el otro desveló mi inteligencia escondida. También he tenido muy cerca casos contrarios, niños brillantísimos en las asignaturas «importantes» que, llegada la adolescencia, se apagaban como velas viejas. Empollones jaleados perdían el talento para no encontrarlo más. Por eso es tan complejo y delicado lo de la Educación, por eso habría que empezar a pensarla de cero. Por eso me resulta un error garrafal que sean los políticos, cuando agarran el cargo, los que se dediquen a modificar las leyes de forma superflua y vanidosa. Un niño es algo grandioso y vulnerable. Una criatura, más allá de sus habilidades y defectos naturales, es siempre una gran posibilidad. Y lo que precisamos de verdad nunca se lo plantean los gobernantes. Yo les puedo decir lo que hubiera necesitado para no ser una niña triste y con fracaso escolar: que creyesen en mí, que supieran mirarme y verme, que me hubiesen transmitido entusiasmo, responsabilidad. Y amor, por supuesto. Hubiera necesitado una escuela con talento.